Una voz, muchas voces...
(Tomado de Mujeres transexuales latinas de éxito)
sábado 24 de septiembre de 2011
sábado 24 de septiembre de 2011
Desde muy chica comencé a
sospechar que yo no era un hombre como los demás. Me gustaba jugar con las
niñas y anhelaba que me regalaran un horno mágico o una muñeca como las que
tenía mi prima.
Todavía estaba en la escuela
primaria cuando me empecé a poner la ropa de mi madre. A escondidas, claro, con
mucho cuidado para que no se fueran a dar cuenta y con un enorme sentimiento de
culpa.
Durante mucho tiempo pensé que
estaba enferma y que estaba muy lejos de ser el hombre que los demás esperaban
que fuera. Por alguna razón consideré que tener muchas novias me “curaría” de
esa extraña enfermedad. No fue así. Después pensé que necesitaba un remedio más
fuerte; y me casé. Pero tampoco se me quitó el gusto por lo femenino. Ya no era
la ropa de mi madre la que me ponía a escondidas, ahora era la ropa de mi
propia esposa.
Tuve hijas y pensé que
comprándoles vestiditos y muñecas podría sublimar a la niña que anhelé ser y
que nunca fui. Por un tiempo me sentí mejor, pero tampoco logré “curarme”.
Me asaltaban muchas dudas y un
enorme sentimiento de culpa. Pero no había a quién preguntarle, la sola mención
de que me “sentía” una mujer me provocaba una gran vergüenza. La llegada de la
internet me abrió nuevos horizontes. Podía conversar con la gente sin tener que
mirarla a los ojos. Entonces conocí a un grupo de personas travestis y
transexuales que empezaron a aclararme todas mis dudas. No pasó mucho tiempo
para que me animara a conocer personalmente a estos hermosos seres humanos.
Hubo una persona que me llamó
mucho la atención. Una mujer transexual apenas cuatro o cinco años mayor que yo
que vivía como mujer las 24 horas del día y que, como tal, daba clases en una
prestigiada universidad. Mi vida cambió. Poco a poco empecé a despojarme de las
culpas y entendí que no estaba enferma; entendí que yo no era un hombre a quien
le gustaba vestirse y expresarse como una mujer, sino una mujer que nació con
un cuerpo diferente al de la mayoría de las mujeres. Lo que conocemos como una
mujer transexual.
A partir de ese momento empecé
a vivir sin culpas mi identidad de género. Y tres o cuatro años más tarde
comprendí que si quería ser feliz tenía que lograr lo que había alcanzado mi
amiga, la profesora de la universidad.
Yo había estudiado la carrera
de Comunicación y había trabajado en oficinas de comunicación social. No sería
fácil empezar a vivir como una mujer de tiempo completo, pero tenía que
intentarlo. Sabía que tenía que ser prudente y, sobre todo, contar con mucha
paciencia. Necesitaba que en mi familia y en mi trabajo me aceptaran como
mujer.
Con mi esposa me fue muy mal.
Me dijo que me apoyaba pero que ya no podríamos seguir siendo pareja, pues a
ella le gustaban los hombres y no estaba dispuesta a vivir con una mujer.
Entendí que me costaría mucho trabajo, pero ya no podía seguir fingiendo ser lo
que no era.
Con mi jefe tuve mejor suerte;
me dijo que podía vestirme como me viniera en gana siempre y cuando cumpliera
con el trabajo. A los pocos meses empecé a ir a trabajar en mi rol femenino. No
lo hacía todos los días, pues aún vivía con mi esposa y mi hijo –era ya mi
segundo matrimonio- pero sí lo hacía de repente, ante la mirada asombrada de
mis compañeros de trabajo y el rechazo silencioso de algunos cuantos. La
mayoría me brindó su apoyo.
Estaba decidida, entonces, a
empezar a vivir de tiempo completo como mujer, aun y cuando sabía que
eso significaba separarme de mi esposa y dejar de convivir a diario con mi
hijo. Me dolía, pues a diferencia de mi primer divorcio, yo seguía amando a mi
pareja.
En medio del proceso vino una
situación que alteró mis planes, pues llegaron nuevos jefes a la institución en
la que trabajaba y todo el equipo que había formado mi jefe directo fue
despedido, él en primer término.
Decidí que era más importante
buscar trabajo y que mi inicio como mujer de tiempo completo tendría que
esperar. Pero no conseguía trabajo. Entonces platiqué con una amiga periodista
–que me había conocido en mi condición femenina- y entre las dos se nos ocurrió
poner una revista; ella consiguió la entrada de un socio capitalista y, no sin
algunos obstáculos, finalmente pudimos publicar la revista.
Para ese entonces la relación
con mi esposa estaba muy mal y consideramos que lo mejor era separarnos. Decidí
que era un buen momento para empezar a planear mi vida de tiempo completo. No
sería de un día para otro, pues quería hacerlo bien y, además, tendría que
platicarlo con mis hijos (dos hijas del primer matrimonio que para ese momento
tenían 26 y 23 años; y un hijo varón, de 18)
Les costó trabajo asimilar la
noticia; sobre todo al varón. Pero finalmente me brindaron toda su aceptación y
todo su apoyo. Y cada año mis hijas y yo vamos a las tiendas a comprarnos ropa
para las Navidades; es una delicia.
Ya van a ser tres años que
vivo de tiempo completo. Sigo trabajando en la revista que formamos,
pero además estoy estudiando una maestría en Educación Sexual y, como tal,
imparto talleres relacionados con el tema, ya sea de homofobia, de violencia de
género o de prevención de abuso sexual infantil.
También soy activista en un
grupo de mujeres feministas que me han aceptado de maravilla y me han brindado
todo su apoyo. Por si fuera poco, hace unos meses volví a ver a mi ex esposa y
la comunicación mejoró sustancialmente. No podemos volver a vivir como pareja,
pues ni ella es lesbiana ni yo estoy dispuesta a vivir nuevamente como varón;
pero somos muy buenas amigas.
Hoy,
todos los días, durante la mañana mientras me maquillo o mientras escojo la
ropa que voy a ponerme, me siento muy afortunada de poder cumplir con un anhelo
que pensé que jamás llegaría: vivir como la mujer que soy y que tuve que
reprimir durante tanto tiempo.
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