Feministas al poder
Gabriela Rodríguez
Si hay un
movimiento que ha cambiado la cultura es el feminista, y si hay un movimiento
que no ha alcanzado sus objetivos es el feminista. Es tal vez el más novedoso
movimiento cultural del último siglo, porque logró producir múltiples
transformaciones sociales, llevó a redefinir la historia y el propio concepto
de cultura, las relaciones del ser humano con la naturaleza, las formas de
comunicación social y la idea de democracia. El feminismo es un pensamiento
crítico a la tradición cultural de Occidente y a las estructuras de poder
establecidas, una manera de pensar y de vivir que se centra en la universalidad
de los derechos humanos y en la búsqueda de la igualdad.
En la
actual coyuntura electoral es crucial que mujeres feministas participemos en el
Congreso de la Unión a fin de avanzar en asignaturas pendientes, para impulsar
el tránsito hacia un nuevo proyecto de nación, para que mujeres y hombres
convivamos con las mismas oportunidades de desarrollo y crecimiento en un
contexto social de paz.
Malú
Micher, como precandidata al Senado por el Distrito Federal –actualmente dirige
el Instituto de las Mujeres del Distrito Federal y antes fue diputada local y
federal–, tiene estatura para esa instancia porque ya impulsó sustanciales
cambios legislativos de género y ha ejercido la gestión política en esta ciudad
que es vanguardia en los derechos de las mujeres; además cuenta con el apoyo de
mi persona como suplente, lo cual nos permite consolidar una plataforma
feminista en el Movimiento Progresista.
Nuestras
propuestas parten de la institucionalización de la perspectiva de género en
todas las acciones y niveles de gobierno. Porque los derechos humanos de las
mujeres son eje de la democracia gobernable y camino para garantizar el goce de
las libertades y oportunidades en igualdad de condiciones. Porque es necesario
construir una cultura política ciudadana donde no tengan cabida la corrupción
ni la impunidad; porque desde el Congreso se pueden ratificar las o los
titulares de algunas dependencias de la administración pública federal, así
como fortalecer la transparencia en un marco de rendición de cuentas; es un
lugar desde donde se puede dar seguimiento y evaluar el impacto de los
funcionarios en la igualdad social y de género, dando preferencia a los hogares
con pobreza.
El
fortalecimiento de una ciudadanía plena exige impulsar el empoderamiento de
todas las mujeres (urbanas, campesinas, indígenas) a través de su participación
social e incorporación al desarrollo social, económico y artístico; de ahí la
necesidad de realizar modificaciones a la reforma laboral para la conciliación
de la vida laboral y familiar, la dignificación del trabajo doméstico, así como
la erradicación de la discriminación laboral y del hostigamiento sexual.
Es
también necesario fortalecer las instancias y los mecanismos creados ex profeso
para garantizar el acceso de las mujeres a la justicia y a una vida libre de
violencia, su participación en el desarrollo sustentable y en la protección y
rehabilitación de los recursos naturales, y realizar diversas reformas
legislativas que incentiven el ejercicio de la paternidad responsable y
garanticen el respeto al interés superior de las niñas, los niños y
adolescentes.
Para ser
libre y realizar los planes de vida hay que hacer universal la educación
integral de la sexualidad, en especial en las entidades gobernadas por las
derechas del PRI y del PAN; es imperativo garantizar el acceso a servicios de
salud sexual y reproductiva especializados para niñas, adolescentes, jóvenes y
adultas, con calidad, calidez e interculturalidad.
La
integración de los aspectos arriba mencionados en políticas, planes y programas
exige la elaboración de presupuestos con perspectiva de género, asignar y
distribuir los recursos públicos a partir del análisis de su impacto
diferenciado sobre las mujeres y los hombres, sin que la ganancia de un sexo
implique pérdida para el otro.
Por eso
hay que desear abierta y sinceramente el poder, revertir desde el ámbito
legislativo la inequidad del acceso al poder político de las mujeres, en
especial de quienes comprenden el empuje transformador de la agenda feminista.
En una sociedad tan injusta como la nuestra, cada centímetro de igualdad
cuesta. Vencer el miedo a la igualdad es creer en ella como fin y no como
medio, nos arrastra a la ética: ¿acaso pueden caminar juntos ética y poder?
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