NOVO: EL PADRE DE LA CRÓNICA Y SU HERENCIA
(Tomado de Sin Embargo)
Por: Sergio González Jaramillo
13/01/2012
Salvador Novo nunca conoció el significado de “estar
en el clóset”. Dejó rastros de sí mismo en cada una de sus crónicas, de sus
ensayos, de sus poemas. Cada palabra y cada oración que escribió tienen el
destello de un hombre que nunca estuvo conforme con el pensamiento de su época,
y mucho menos con el machismo predominante en el México de principios del siglo
XX.
“A lo largo de su
vida, Salvador Novo irrita y fascina por la provocación y deslumbra por el
talento, alarma por la conducta y tranquiliza con el genio, perturba con su don
para el escándalo y divierte al añadir el escándalo al show de la personalidad única. Y sólo después de
su muerte se advierte la calidad del conjunto”, con estas palabras lo describe
Carlos Monsiváis en Lo Marginal al Centro,
biografía en la que retrata certeramente la vida de quien fuera el Cronista de
la Ciudad de México.
Novo nació el 30 de julio de 1904 en el Distrito
Federal y murió el 13 de enero de 1974, hace 38 años. Fue hijo único del
español Andrés Novo Blanco y de la mexicana Amelia Espino. Desde muy pequeño
las letras fueron su pasión y muchas veces, ante la falta de compañeros de
juegos y amigos, “los libros fueron una realidad revolucionaria que rodeaba su
soledad”, escribió él mismo.
Para la investigadora
Nadia Contreras, en su ensayo Salvador Novo y el Erotismo de
Espejo y Nuevo Amor, fueron dos sucesos los que marcaron su
vida desde temprana edad. El primero, la biblioteca que heredó de su tío
después de que fuera víctima de los revolucionarios; el segundo, cursar los
últimos años de primaria en un colegio exclusivo para mujeres.
Otra de las experiencias que marcaron su destino fue
su estrecha relación con Amelia, su madre. “Con ella entabla el tipo de
relación que los primeros grandes divulgadores del psicoanálisis esperarían de
un niño con tendencias “equívocas”, apunta Monsiváis en la biografía de Novo.
En el libro La Estatua de Sal, Salvador Novo describe la manera en
que su madre lo cuidaba y arreglaba en exceso:
“Mi madre me acicalaba con exageración… Me empolvaba
el rostro, me obligaba a fruncir la boca para que no me creciera, y me imponía,
con igual propósito inhibitorio, calzado siempre más pequeño del que realmente
me pedía mi natural desarrollo”.
La Estatua de Sal fue uno de los
idearios más celebrados de Salvador Novo. En él relata sus primeras
experiencias sexuales en las que detalla sin tapujos, y con sátira
certera, su homosexualidad.
El escritor asumió sus preferencias sexuales
abiertamente en una época en la que el machismo de la sociedad mexicana oprimía
y aislaba, mucho más que ahora, a quienes atentaban a las “buenas costumbres”
que regían en ese tiempo. Años después, el literato dijo en un entrevista: “Yo
he tenido vida, la biografía de un hombre como yo heriría las buenas
costumbres”.
Incluso, el que le hayan apodado “Don Nalgador Sobo”
no le representaba ningún problema, sino todo lo opuesto.
Un integrante del grupo de “Los Metáforos” dejó en una
crónica anónima: “Del café de La Habana salieron frases como: Nalgador Sobo o
Capeluquita Roja, como le decíamos a Novo, porque usaba una peluca de color
caoba. En cambio a Alí Chumacero le decían Alí Chupacuero. Éramos como
adolescentes en pleno juego. A Rubén (Rubén Salazar Mallén) le decíamos: Rumbel
Nalgazar Mayate”. “Los Metáforos” eran un grupo opuesto a los
Contemporáneos del que Novo formó parte, junto con Xavier Villaurrutia y Jorge
Cuesta.
Saciada su curiosidad
intelectual y después de devorar la obra de Oscar Wilde, uno de los escritores
a quien más admiraba, en los 20 conoció a Xavier Villaurrutia, con quien
dirigió de 1927 a 1928 la revista Ulises, publicación
con la que se inició en México la modernidad literaria.
Villaurrutia, uno de sus amigos primordiales y con
quien mantuvo una relación profunda, describió la manera en que compartió
y vivió la literatura con Novo:
“La vida era para nosotros –precisa confesarlo– un
poco de literatura. Pero también la literatura, era para nosotros, vida.
Leíamos para dialogar con desconocidos inteligentes. Vivíamos para entablar
diálogos inteligentes con desconocidos”.
Carlos Monsiváis se refiere a esta generación de
escritores como “una actitud ante el arte y la cultura (ante la sociedad y el
estado) normada por el rigor, la crítica, la creación en contrapunto de la
‘realidad nacional’, la oposición al chovinismo, el desdén por el éxito
inmediato”.
El séptimo arte también fue uno de los gustos de
Salvador Novo. Fue guionista y productor de varias cintas mexicanas que tienen
el registro de su hábil estilo. Mantuvo una gran amistad con la actriz Dolores
del Rio, quien fue descubierta por el director de cine Edwin Carewe en una
soireè organizada en la casa del Cronista.
Tiempo después, Dolores del Río mantuvo una relación
sentimental con el director de El Ciudadano Kane, Orson Welles. Por ello,
Welles invitó a Novo a incursionar en el cine de Hollywood de los años cuarenta
para que escribiera el guión de una película sobre la conquista de México. Por
razones desconocidas, el proyecto no se llegó a concretar.
A su regreso al México, Dolores del Rio vivió en La
Escondida, una casa contigua a la de Novo, en la calle de Francisco Sosa,
Coyoacán.
Su prosa también
incursionó en el periodismo, donde imprimió su versátil y característico
sentido del humor. De igual manera escribió algunas obras de teatro cuando
colaboró con Carlos Chávez en el lanzamiento del Instituto Nacional de Bellas
Artes. Algunas de sus obras fueron: Don Quijote (1947), Astucia (1948), La culta dama (1948)
y A ocho columnas (1953).
Justo en el año de la última obra se convirtió en
Miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua. El color, los trazos y
las observaciones inteligentes que Novo dibujaba en sus crónicas lo llevaron a
ser nombrado Cronista de la Ciudad de México en 1965 por el entonces presidente
Gustavo Díaz Ordaz.
La crónica fue uno de
los géneros por el que es enormemente recordado el autor deReturn Ticket. En su libro Seis Siglos de la Ciudad de México recopiló la
historia de la Ciudad de México a través de la cosmovisión de los cronistas que
ha tenido esta urbe desde la conquista de los españoles hasta principios del
siglo XX.
Novo expresó sus
ganas de continuar la crónica de esta ciudad y de sus barrios más
tradicionales, como Coyoacán. Sin embargo, la
muerte frustró sus planes un 13 de enero de 1974. Falleció a los 60 años.
“Cuanto pude sentir y
expresar está dicho y sentido en esos poemas”; dejó, tal vez a manera de
confesión para las futuras generaciones, esta sentencia en su poemarioNuevo Amor.
Monsiváis, el heredero
Carlos Monsiváis,
considerado el heredero de Salvador Novo, desmenuzó a través de su mirada
crítica e irónica Los Rituales del Caos que
acechan a la Ciudad de México: desde el culto a las personalidades de la
farándula, las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe y las funciones de
lucha libre, de las cuales era fanático, hasta cada uno de los actos que
delinean la vida cotidiana en una de las urbes más grandes del mundo.
La influencia de Novo
está latente en su bibliografía. Es considerado el padre de la crónica moderna
en México. “Incluso el viejo maestro ha reformado la crónica a su antojo hasta
el punto de que muchos han etiquetado sus famosos artículos sobre la cultura
popular mexicana o de grandes personalidades como croni-ensayos”, según una
entrevista con Monsiváis publicada en el diario El País en
2008.
En ese mismo encuentro con la prensa española, “Monsi”
declaró: “Se está apostando por la crónica porque existe la necesidad de crear
un corredor de espejos donde la sociedad o las sociedades se vean con más
precisión. (La crónica) puede ser un género de la solidaridad –a veces desde la
impotencia– que le permite a los lectores enterarse de lo que está pasando sin
caer en la desesperanza”.
Carlos Monsiváis Aceves nació el 4 de mayo de 1938 en
la Ciudad de México. Fue “niño catedrático; es decir, uno de esos niños
oblicuos y un poco tristones que lo saben todo”, señaló el escritor Hugo
Hiriart en 1995.
A lo largo de varias de las charlas que tuvo con
diversos medios, mencionó que desde su infancia los libros y los gatos fueron
sus grandes pasiones, mismas que lo acompañarían hasta el día de su muerte, el
19 de junio de 2010.
En los cincuenta se
matriculó en la UNAM y estudió Economía y Letras. A partir de entonces comenzó
su carrera como escritor. Participó en las revistas Medio Siglo yEstaciones, fue
director del suplemento “La Cultura en México” de la revista Siempre! y colaboró en la revista Proceso, así como en los diarios Unomásuno, Novedades, La Jornada y El Universal.
Durante 42 años publicó sin interrupción la columna “Por mi madre, bohemios”;
primero en la revista Siempre; después en La Jornada y a partir de 2006 y hasta
su muerte, en Proceso.
Gran parte de su trabajo fue publicado en revistas y
periódicos de México. Fue uno de los escritores mexicanos más prolíficos de los
últimos tiempos. No se encasilló en un solo género literario, practicó tanto el
cuento, la fábula y el aforismo; pero su gran aporte fue al ensayo y a la
crónica. Su croni-ensayo seguirá influyendo a la próxima generación de
escritores.
Al igual que Salvador Novo compartía una gran
admiración hacía Oscar Wilde y fue un excepcional cronista de la capital
mexicana, y aunque no fue nombrado Cronista de la Ciudad, como el primero, sí
formó parte del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México.
Su afinidad con los
minorías le dio la posibilidad de “croniquear” desde un ángulo más real,
desde el cual criticó la dura realidad del país y “la homofobia del gobernante
Partido Acción Nacional (PAN) y de la jerarquía católica, así como ‘la supuesta
superioridad moral’ con la que éstos se asumían para reprobar otras formas de
pensar, de vivir, otras preferencias sexuales”, dijo Alejandro Brito Lemus,
director del suplemento “Letra S” del diario La Jornada y
amigo cercano de Carlos Monsiváis. El féretro del último cronista de la
ciudad tuvo puesta durante algunas horas la bandera del arcoiris, que
identifica al orgullo gay-lésbico, durante su velorio en el Palacio de Minería.
El escritor mexicano
Adolfo Castañón en su ensayo Un hombre llamado ciudad definió
al autor de Apocalipstick como “el último
escritor público en México”, desde el punto de vista de que, en su opinión, no
sólo todos los mexicanos lo han leído u oído, sino que también lo podrían
reconocer físicamente.
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