Usos y costumbres (Sara Sefchovich)




Hace unos meses, un activista me envió fotos sobre el robo de huevos de tortuga en las playas de Oaxaca. Las escenas son brutales: familias enteras rebuscan en la arena y salen cargando pesados sacos con la preciosa carga, en un saqueo monumental sin que se aparezca ninguna autoridad para hacer efectiva la ley que lo prohíbe.
El lector me pide en su correo electrónico denunciar esta práctica. Y por supuesto que lo hago. Pero me parece que no es sólo cosa de denunciar. Se trata de un problema complejo, pues si bien es cierto que hay que dar posibilidad de que se reproduzcan esos animales, también es cierto que las personas gustan de comer esos huevos o necesitan el dinero que les rinde venderlos.
El mundo está viendo una lucha brutal entre los usos y costumbres o las necesidades de las personas y la realidad de la depredación en que se ha convertido la relación de los humanos con la naturaleza.
El conflicto está vivo en todas partes: los japoneses cazan ballenas, se cometen verdaderas masacres contra las focas y en la pesca del atún, e incluso se masacran elefantes para hacer adornos de marfil. Y qué decir de la tala indiscriminada y sin limite que para obtener madera ha arrasado con más de la mitad de los bosques del planeta.
Afortunadamente existen los defensores de ballenas, delfines, focas y elefantes, los opositores al uso de abrigos de pieles y los cuidadores de árboles y bosques, que se arriesgan a ir a la cárcel o, en ocasiones, la vida. Pero su lucha es contra intereses económicos, necesidades, usos y costumbres y, por lo tanto, muy difícil.
Y es que lo que se enfrenta son modos de pensar actuales con costumbres culturales, y ambiciones económicas con necesidades humanas.
¿Cuál es la solución?
No lo sé. Sólo sé que ni los pescadores japoneses ni las familias oaxaqueñas ni los taladores de Guerrero están dispuestos a detenerse.
Se me ocurre que una solución quizá podría ser la de regular en lugar de la prohibición absoluta: que se permita recoger una cierta cantidad de huevos de tortuga o cazar una cierta cantidad de ballenas o talar un cierto número de árboles, pero sin que se permita el saqueo total. Y además, ello tendría que ir de la mano de emprender acciones para la renovación de la especie afectada. Y por supuesto, de la mano de una vigilancia efectiva y puntual.
Así se podría explotar y también conservar, se podría reconocer que los seres humanos necesitan o quieren comer o usar o comerciar con las pieles o grasas o carnes o huevos de los animales y con las maderas de los bosques, pero incluiría aceptar que no se trata de acabar con las especies o de convertir a la tierra y a los océanos en páramos.
El ejemplo de que es posible existe: es el de la crianza de reses, cerdos y pollos, truchas y ostiones para comer, chinchillas, minks y cocodrilos para abrigos, bolsos y zapatos de lujo y la siembra de árboles en algunas regiones como la zona de África, por la cual una mujer ganó hace algunos años el Premio Nobel de la Paz. Esto hace evidente que la negociación y el acuerdo podrían ser una buena estrategia que permita el equilibrio e incluso, acciones de regeneración de las especies.
El problema es que muchos no están dispuestos a dejar un solo huevo de tortuga o una sola ballena o un solo árbol de pie, porque sólo miran por su propio beneficio inmediato. Y otros, con similar intransigencia, no están dispuestos a permitir que la ley afloje ni un ápice la restricción y apuntan al todo o nada. El resultado de las dos actitudes es que, entre nosotros, los defensores de bosques languidecen en la cárcel por el poder de las empresas taladoras y los activistas no tienen forma de que se haga efectiva prohibición.
El fracaso es para todos. Aquellos se enfrentan a la desaparición de sus fuentes de alimentos e ingresos y estos a la incapacidad o falta de voluntad de las autoridades de cumplir la ley y la protección.
Y mientras tanto, dado que no se negocia ni se llevan acuerdos, pero tampoco se establece una vigilancia efectiva ni un castigo real, lo único que tenemos es la depredación.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM

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