Sobre libertad y tolerancia (Por Albert Einstein 23-04-2006 )



El 18 de abril de 1955 falleció Albert Einstein. Un año después, Diorama de la Cultura publicaba algunas de sus reflexiones

Sé que es empresa infructuosa discurrir sobre juicios de valor fundamental. Por ejemplo, si alguien aprueba, como una meta, la extirpación de la especie humana sobre la faz de la tierra, tal punto de vista no se puede refutar sobre bases estrictamente racionales.

Pero si nos ponemos de acuerdo acerca de ciertos fines y valores, se puede argüir racionalmente acerca de los medios con que estos objetivos pueden ser alcanzados.

Permítasenos ahora indicar dos metas que quizá sean admitidas de buen grado por casi todos los que lean estas líneas:

1. Aquello bienes instrumentales que ayudan a mantener la vida y la salud de todos los seres humanos debieran ser reproducidos con el menor esfuerzo posible de todos.

2. La satisfacción de las necesidades físicas es, en efecto, la condición previa indispensable para una existencia satisfactoria, pero en sí misma no es suficiente. Para que se sientan contentos, los hombres han de tener también la posibilidad de desarrollar sus facultades intelectuales y artísticas, sea cual sea su amplitud, de acuerdo con sus características y capacidades personales.

La primera de estas dos metas requiere el fomento de todo conocimiento referente a las leyes de la naturaleza y a las leyes de los procesos sociales, estos es, el fomento de todo esfuerzo científico es un todo natural cuyas partes se ayudan unas a las otras de una manera que, con seguridad, nadie puede anticipar.

Sin embargo, el progreso de la ciencia presupone la posibilidad de una comunicación sin restricciones de todos los resultados y opiniones: libertad de expresión e instrucción en todos los dominios del esfuerzo individual. Entiendo por libertad unas condiciones sociales de tal clase que la expresión de opiniones y declaraciones acerca de asuntos generales o particulares del conocimiento no envuelvan peligros o menoscabo para quien la exprese. Esta libertad de expresión, indispensable al desarrollo y la difusión del saber científico, por tanto de gran importancia práctica, ha de estar, en primer lugar, respaldada por la ley.

Pero la ley no puede garantizar la libertad de expresión por sí sola; para que cada hombre pueda exponer sus ideas sin castigo, tiene que existir espíritu de tolerancia en toda la población. 

Tal ideal de libertad externa nunca será plenamente alcanzado, pero hay que procurar, sin desmayo, que el pensamiento científico, y en general toda actividad filosófica y creadora, avancen lo más posible.

Para asegurar la segunda meta, es necesaria una segunda clase de libertad exterior. El hombre no debiera trabajar para satisfacer las necesidades de la vida hasta el extremo de quedarse sin tiempo ni fuerzas para sus actividades personales.

Sin esta segunda clase de libertad exterior, la libertad de expresión es inútil para él. Los avances en la tecnología muestran la posibilidad de esta clase de libertad con tal de que se resuelva el problema de una división racional del trabajo.

El desarrollo de la ciencia y, en general, de las actividades creadoras del espíritu requiere de una forma más de libertad que puede ser definida como interior.

Se trata  de la independencia del pensamiento frente a las limitaciones de los prejuicios de la autoridad y de los prejuicios sociales, así como frente a las rutinas no filosóficas y al hábito en general. Esta libertad interior es don poco frecuente de la Naturaleza y también noble objetivo para el individuo.

Sin embargo, la comunidad puede hacer mucho para alcanzarla, al menos no impidiendo su desarrollo.

La enseñanza puede interferir el desarrollo de la libertad interior con influencias totalitarias e imponiendo a la juventud excesivas cargas espirituales, pero puede también, por el contrario, favorecer esa libertad estimulando el pensamiento independiente. Únicamente si se procura, constante y conscientemente, la libertad interior y exterior existe alguna posibilidad de desarrollo y de perfección espiritual y de mejorar así la vida interior y exterior del Hombre.

La tumba del matemático
En sus Notas autobiográficas, Einstein interrumpe un momento su itinerario científico para observar: “sin duda se dirá que no escribo aquí mi biografía, pero lo importante para un hombre de mi especie, es lo que piensa, cómo piensa y no lo que hace o sufre”.

Pero el ejemplo que el creador de esta obra nos deja es tan alto en todos los dominios, que conviene no desdeñar ni rechazar nada. Parece que, hasta ahora, no se ha tenido un testimonio directo sobre sus últimos días. Mas como estoy autorizado para divulgar algunos detalles sobre este particular, trataré de darlos con la mayor sencillez.

En el último otoño, Einstein había inspirado mucha inquietud por una anemia constante. En los meses siguientes, su salud parecía mejorada y nada anunciaba un pronto desenlace fatal. Bruscamente cayó enfermo, sintiendo dolores extremos. Tenía una menuda perforación en la aorta y se creyó que tan pequeña abertura llegaría a cerrarse ella misma.

Einstein conocía perfectamente su estado. Se había hablado de una operación para practicar una aorta artificial. Se opuso a esta intervención y la autopsia reveló que había tenido razón: la operación era imposible.  (Andre George)

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