A Pie de Calle: Viaje

Guillermo Manzano


Mañana de lunes y el trabajo espera. El taxi colectivo se detiene. Me subo. Un espacio pequeño y estrecho en la banca corrediza. La gente se mueve pero no se quita. Me siento. Las nalgas se comprimen hasta fruncir la única línea que no quiero que alguien pase. Vamos llenos. Que bien, no hará ‘paradas’.
    El chófer lleva su música. La comparte con los incautos que no llevamos audífonos. Monotonal o así me parece. Letra básica de amor que hace a Paquita ‘La del Barrio’ una poetisa sublime. No puedo agradecer la cortesía. Trato de pensar si la hormigas tienen himen. No puedo. Sigue subiendo pasaje.
    En el interior de la camioneta ya vamos 17 personas. Todos apretujados. No importa, seremos más en el infierno y cabremos. Eso creo que piensa el chófer porque sigue y sigue llenado su taxi.
    Los aromas se confunden. Perfumes baratos, alcohol destilado por lo poros y uno o dos imbañables. El aire frío que entra por las ventanas sólo esparce democráticamente los olores. Pinche necesidad y no tener dinero para pagar un taxi ‘privado’.
    Ya somos 23 con chófer incluido. Siento nauseas. El aire escasea y los cuerpos se funden. Todos contra todos. Todas contra todas. El tráfico lento prolonga la agonía. Morir o bajar, esa es la cuestión.
    Estoico. Impasible. No. No puedo. En realidad es un sacrificio compartido. 23 personas en una cámara de sacrificios. Todos moriremos ahogados en nuestras exudaciones. Sólo falta escuchar la Marcha Fúnebre o un réquiem. Pero no. Escucho, escuchamos lo nuevo de no sé quién pero que debe ser muy popular en ciertos sectores sociales.
Guillermo Manzano/ foto

    Seguimos. Van 25 minutos de mi vida que he compartido con desconocidos. Casi todos ambles, porque dan los buenos días al subir. Después se callan. Hablar implica gastar aire y ahí es lo que menos sobra.
    La persona que está a mi derecha se levanta. La camioneta se detiene. Uno a uno bajan para dejar un espacio libre. Estrecho. Apenas para que pase el que bajará. Una mujer fornida ocupa el lugar. La mitad de sus glúteos van en el aire. Reta a Newton. Nosotros, los otros tres de la banca nos apretujamos aún más.
    Ya pasaron 35 minutos. El recorrido es de cuatro kilómetros y aún faltas dos ‘paradas’ para bajar. La calle es un infierno. Autobuses locales y foráneos bloquean el paso. Automovilistas particulares abonan a la causa. Pido bajar. El chófer no me hace caso. Insisto y responde: ‘La parada es más adelante’  Mis compañeros de periplo voltean a verme. Avergonzado por mi debilidad me sumo en la banca. ¿por qué no puedo ser como el pueblo si siempre hablo del pueblo? Aguanta vara decía el mayate a su víctima mientras lo sodomizaba.
    Veo los tubos gastados que sirven para sostener a las personas que van paradas. Veo los botones rojos que activan el timbre. Veo el gastado piso de lamina. Los cristales con imágenes del Cristo. La mochila de una estudiantes comprimida por una pareja. Ella a su izquierda. Él a su derecha.
    Afuera el ambiente es de claxonazos y mentadas. Me evado. Miró el puesto de revistas. Trato de agudizar la vista para leer los titulares de los periódicos. Claudico después de leer dos. Todos dicen lo mismo con la misma foto del Gobernador.
    Mi vecino de viaje me da un codazo leve. ‘Aquí se baja. Ya paró la combi’. Gracias. La gente se hizo como relleno de embutido. Se escurría. Uno o dos bajaron porque bloqueaban la puerta. Antes de bajar di las gracias. El chófer ni caso hizo. Tarareaba la canción que escuchaba.
    El aire fresco me dio en la cara. Respiré hondo. Sentí que mis pulmones enfísemicos se expandían. Y eso que estaba en una de las partes más contaminadas de la ciudad.
    Caminé la cuadra que me separaba de mi destino. No recordaba un viaje así en ‘colectivo’. Cierto que los chóferes abusan y llevan gente parada. Cierto que los agentes viales no hacen nada. ¿Pero 23 o más personas en una lata con llantas? Bueno, al menos sirvió para escribirlo.

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