La discriminación empieza por la boca: Agnes Torres




Agnes Torres (foto tomada de internet)

Fue asesinada en Puebla con la saña y crueldad típicas de los crímenes de odio cometidos por homofobia. Su cuerpo fue hallado la mañana del pasado sábado en una barranca del municipio de Atlixco, en el estado de Puebla. Agnes murió desangrada por una herida en el cuello.
Licenciada en Psicología por la Universidad Veracruzana, donde luchó para ser aceptada por la comunidad universitaria debido a su condición transexual. Especialista en identidad de género. Fue representante de diversas organizaciones como Humana Nación Trans. Activista y Defensora de los Derechos Humanos de la Comunidad LGBTTI…
Agnes participó en el Encuentro de Escritores y Escritoras por la Disidencia Sexual e Identidades de Género que se llevó a cabo en Xalapa, Veracruz, en octubre de 2006. Ahí mostró su talento y compromiso irrenunciable por los derechos humanos. 
En Puebla promovió una denuncia ante el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) contra un priísta, ex aspirante a la gubernatura, que utilizó un lenguaje peyorativo en alusión a los transexuales. Abogó por el decreto de leyes que otorgaran certeza jurídica a las personas trans de modo que pudieran modificar sus documentos oficiales de acuerdo a su identidad sexual, a fin de obtener oportunidades laborales y sociales equitativas (El Universal).
Su muerte violenta nos produce una total indignación, pues humanamente y teniendo Derechos Humanos que nos asisten, un crimen más de esta naturaleza es inadmisible y reprobable. Demandamos el esclarecimiento de este caso y la total protección para una vida libre de violencia para todas las personas lesbianas, homosexuales, transgénero, transexuales, bisexuales, intersexuales, asexuales.
Nuestro posicionamiento es radical, pues consideramos que un modo distinto de ser humanos y de compartir la vida entre nosotros es posible. Apostamos por una puesta en práctica de la relacionalidad entre los y las diferentes, por una convivencia en la y desde la diversidad sexual humana que somos. En este sentido, “si defendemos a la persona humana, no hay razón por la cual no podamos aceptar a los diferentes que son asimismo personas” (Dora Elvira García, Ética, persona y sociedad, Porrúa, México, 2007:18).


La pérdida de Agnes se suma a la de muchos hombres y mujeres gays, lesbianas y transexuales que han sido asesinados en los últimos años sin que, por desgracia, se localice a los culpables y se aplique la justicia. Es común que desde los mismos ministerios públicos minimicen el caso y argumenten que se trata de “crímenes pasionales”.
Los activistas por los derechos humanos han demostrado que más que “crímenes pasionales”, son crímenes de odio, cometidos por la simple y sencilla razón de que no toleran que personas que ejercen de una manera diferente su sexualidad lo hagan a la luz del día.
En un país en donde reina la impunidad y en donde la homofobia se halla enquistada, incluso, en las instituciones encargadas de impartir justicia, parecería ocioso decir que habrá que exigir que se encuentre a los culpables y que se les aplique las penas que contempla la ley. Pero tenemos que hacerlo.
No podemos aceptar que la impunidad sea la norma ni resignarnos a la ineficacia –cuando no la complacencia o abierta complicidad- de las autoridades. Por eso, es necesario exigir que la justicia se haga presente.
También, es preciso denunciar las condiciones que generan un caldo de cultivo propicia para la comisión de estos delitos. Condiciones que pasan, desde luego, por una sociedad machista y patriarcal que se regodea en la burla, el escarnio y la marginación de aquellos y aquellas que no se ajustan –que no nos ajustamos- a los estándares establecidos en materia de orientación sexual e identidad de género.
Condiciones que pasan, por medios de comunicación, que en aras de mantener el estatus quo no dudan en reproducir y multiplicar la violencia en contra de los hombres gays y de las mujeres lesbianas, transexuales y sujetos con una sexualidad no convencional.
Condiciones que resultan aberrantes cuando se gestan desde la propia iglesia católica, institución fundada en los principios cristianos del amor y la inclusión y que, sin embargo, no sólo excluye sino que condena a quienes no ejercen su sexualidad “como Dios manda”.
Tras la muerte de Agnes, que se suma a miles más de muertes de gays, lesbianas, bisexuales, travestis y transexuales en los últimos años, es preciso que todos los sectores reaccionen y se sumen a la construcción de una sociedad más justa e incluyente. Es preciso que la autoridad garantice la vida y la seguridad de los y las defensores de los derechos humanos; que los y las legisladoras aprueben leyes elementales a nivel federal, como el reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo y la modificación de los documentos legales para que las y los transexuales dejemos de ser indocumentados en nuestra propia tierra.
Que los prestadores de servicios de salud entiendan que la transexualidad no es una desviación, ni una enfermedad y ni siquiera un “trastorno de identidad”, sino una condición de hombres y mujeres que nacemos con una genitalidad distinta a la que marcan los esquemas convencionales.
Que las iglesias cristianas se acojan a sus principios fundacionales y cesen la persecución en contra de quienes somos diferentes. Que las familias –así, en plural- entiendan que su función es proteger, amparar y brindar seguridad y confianza a sus miembros, y dejen de expulsar a sus hijos e hijas a causa de su orientación sexual o su identidad de género. Y que la sociedad toda alce su voz, sabiendo que no puede aspirar a la justicia y a la democracia si se vuelve insensible a este tipo de violencia.
Que la muerte de Agnes no sea en vano; que sea el detonante de una sociedad como la que ella misma quiso construir: plural, con justicia y en paz, demandamos castigo para el o los culpables y que este hecho no quede impune.

Silvia Susana Jiménez Galicia
René Barffusón
Amaranta Gómez Regalado (ILGA-LAC)

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