Chaqueteros



Guillermo Manzano

La ociosidad es la madre de todas las preguntas. Algunas sosas, otras profundas, otras sin respuesta y unas, la mayoría, verdaderas perlas de la sinrazón. Pero uno no deja de preguntar ni de preguntarse. Por ejemplo, ahora con lo del rollo del bicentenario uno preguntaría: ¿desde cuándo hay chaqueteros en la política? Pudiese ser ociosa o no; lo cierto es que el cambio de chaquetas en México es tan viejo como nuestra historia. Ahí están los tlaxclatecas o la Malinche. Claro, se alegará y con justa razón que eran otros contextos y, en el caso de los primeros, fue una alianza para darle en su madre a los aztecas. El caso de la mujer de Jaltipan (o Tabasco, que se pelean la paternidad de tan célebre personaje), dirán que sólo cumplió el papel que su sociedad le dio. Que no hay parangón entre los chaqueteros de la política con los ejemplos citados. Entonces optaré por otro ejemplo.

Que tal Agustín de Iturbide. Gachupín y realista, tuvo la encomienda de la corona de terminar con la guerrilla que Vicente Guerrero mantenía en el sur del país y, bueno; ya sabemos lo que pasó. El tal Agustín dio el chaquetazo negoció con el insurgente, se abrazaron en Acatempam y ¡zas!, entra a la Ciudad de México al frente del ‘Ejercito Trigarante’, sin ninguna disculpa pública por haber matado y perseguido a las huestes libertadoras. Es más, como era güerito y español consideró que era el indicado para gobernar al México independiente y se hizo coronar Emperador. ¿Acaso será igual que cualquier candidato que cambia de un día para otro de partido y gana una elección? O quizá lo podamos comparar como Ángel Aguirre Rivero, candidato del PRD a la gubernatura de Guerrero (sin haber renunciado al PRI en el momento de su designación), ex gobernador interino y represor de perredistas durante su gobierno.

Quizá Dante Delgado pueda ser un Iturbide. Hay que recordar que el ahora convergente, fue un represor de perredistas durante su gestión. Recodar que el candidato del PMS, Inocencio Romero fue asesinado y nunca se aclaró su crimen. O bien, que el profesor Zósimo Hernández sufrió en carne propia el autoritarismo de Delgado; tan paradigmático fue el caso, que provocó la creación de una asociación civil defensora de derechos humanos (por cierto, aún vigente). ¿Cuántos iturbides conocemos en la política actual? Del último proceso electoral podríamos formar un racimo, sin duda alguna.

Por supuesto que para que existan los iturbides deben existir los guerreros. El chaquetero no existe sin la presencia del ‘otro’. O lo que es lo mismo, no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre.

En fin, la ociosidad, el magapuente del bicentenario, las güevez del país, el torneo de futbol, los ‘apantallantes’ teatros de Genaro García sólo nos lleva a preguntar y preguntar, nomás por joder, nomás por saber, nomás porque es la única forma en que podemos decir algo. O mejor aún, como dijo el paisano: preguntar por no saber.

Después de preguntar y tratar de responder, el desanimo es general: los chaqueteros llegaron para quedarse. En México, prácticamente los tenemos desde la independencia, ahora habrá que preguntarse, ¿alguna vez se extinguirán los chaqueteros o sólo sufrirán una metamorfosis?

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