¿Por qué escogí el paganismo?


 Flor del Azar

La Tierra es nuestra Madre, debemos cuidarla. –Canto Wicca

Aunque generalmente no me gusta hablar de religión, por eso del libre albedrío y otras cositas, creo que a estas alturas mis queridos lectores se habrán dado cuenta de que no profeso la misma religión que la gran mayoría de ustedes. Sí, soy pagana. Wicca, para ser más específicos. Pero hoy no vengo a hablarles de mis creencias, las cuales, aunque ustedes no lo crean, son bastante similares a las de ustedes, sino a lo que me llevó a cambiar de la religión de mi infancia a la de mi edad adulta. Esto a propósito de las desafortunadas declaraciones del señor arzobispo el domingo pasado.

Antes de proseguir quiero comentarles que no hay nada que me haga sentir tan feliz como un sincero “Que Dios te bendiga”. Aun cuando no veneremos a la misma figura divina (la mía es femenina), esa pequeña frase engloba una serie de buenos deseos y amor filial que hoy en día son difíciles de encontrar. Además, no soy extremista en mis creencias y tengo la mente lo suficientemente abierta como para entender que cada uno de nosotros es distinto a los demás, por lo que nunca me verán tocando a sus puertas a las 7 de la mañana de un domingo para platicarles sobre el mensaje de la diosa, ni subiré videos al internet amenazando con decapitar a alguien si no cambia su crucifijo por un pentáculo.

Lo que sí es importante mencionar es que la Wicca, al igual que todas las religiones del mundo (con excepción de una o dos que han sido llevadas al extremo) pregona el amor al prójimo. Para nosotros los wiccanos existe la ley de tres, que básicamente dice que todo lo que hacemos se nos regresa multiplicado por tres, ya sea bueno o malo. También tenemos la directiva de no dañar a nadie (y al decir “a nadie” hablamos no solo de personas, sino también de nuestro entorno y el resto de las especies).

Es decir que aun cuando algunos quisieran quemarnos en la hoguera (porque ya me lo han dicho) la verdad es que vivimos para venerar la belleza del mundo natural que nos fue entregado, para cuidar nuestro medio y a nuestros semejantes, evitando hacer daño y buscando siempre ayudar. Por eso precisamente es que mientras algunos se la pasan posteando consignas religiosas en Facebook, los wiccanos pasamos el tiempo cuidando nuestro jardín y celebrando a la diosa en todas sus representaciones. O abrazando un árbol. O alimentando animalitos. Cosas así.

Pero bueno, al grano. Mis padres me educaron en la fe católica, asistí a un colegio de monjas e iba a misa tooooodos los domingos. Conforme fui creciendo me di cuenta de la hipocresía que involucraba pertenecer a una religión organizada. Ojo, la religión en cualquiera de sus variedades ha sido creada y manipulada por seres humanos basados muy holgadamente en hechos que pudieron o no haber sucedido y los cuales han sido adaptados a las costumbres y conocimientos de ese tiempo en particular (como eso de no hacer ropa de dos telas distintas, o mandar a las mujeres a un semi-destierro durante su menstruación).


De entrada les digo que yo sé que hay una divinidad allá afuera, y muy probablemente sea la misma para todos, pero como somos humanos y nuestras capacidades no dan para tanto, la hemos bautizado con nombres distintos (Yahvé, Allah, Dios, ciencia, o como mejor les guste). El caso es que de una forma o de otra, la religión en general ha sido utilizada para manipular a las masas más ignorantes (no, no me refiero a ustedes). ¿Qué por qué digo esto? Miren hacia atrás a la Edad Media, un tiempo conocido como El Obscurantismo. No se llamó así por falta de luz eléctrica sino porque una muy buena parte de los conocimientos adquiridos en la antigüedad (avances médicos, literarios, astronómicos, etc.) fueron quemados en la hoguera religiosa junto con un montón de brujas como yo. Es más, tan feo se puso el asunto que se cree que la peste bubónica se diseminó por toda Europa precisamente porque a algún curita dispuso que los gatos eran satánicos (porque según esto a las brujas nos gustan los gatos, cosa que al menos en mi caso es cierto) y por ende la población de pulgas portadoras de la peste se incrementó exponencialmente, con las ya consabidas consecuencias.

O sea que por su activa imaginación, que los hacía ver entes malignos por todos lados, se murieron millones de personas. Qué bonito. Y así controlaron a las masas. Los eclipses se volvieron cosas del mal, todas las catástrofes naturales eran un castigo de Dios, no podíamos hacer el amor estando la mujer en cuestión arriba, y sépase que tanto más. Ahora bien, ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo? Es muy sencillo, mientras que los seres humanos evolucionaron, la mayor parte de las religiones se quedaron estancadas, y para muestra un grandísimo botón.

Hace algunos ayeres, cuando todavía era católica, nació mi hija. Ustedes saben que mi viejito y yo pasamos dos décadas viviendo en unión libre, o en pecado (lo que más les acomode). No es porque él no quisiera casarse, la que no quería era yo (por cuestiones que no vienen al caso). El chiste es que ahí vamos como buenos católicos a bautizar a nuestra nena. Antes que alguien brinque, no, no comulgábamos, estábamos conscientes de que vivíamos en pecado. Como padrinos escogimos a mi padre y a mi abuelita, los dos mejores ejemplos a seguir en cuanto a rectitud, valores cristianos y sociales. También los escogimos porque en caso de nuestro fallecimiento, la sucesión natural y legal determinaría que ellos se harían cargo de nuestra hija. Así que con eso en mente, nos presentamos en nuestra parroquia.

Lo primeritito que sucedió fue que el padrecito pegó el grito al cielo porque mi abuelita estaba muy viejita (perdón pero esa mujer acaba de morir hace 4 años, cuando mi hija ya tenía 16, así que su argumento de senectud quedó invalidado), luego me reclamó que mis papás estaban divorciados, el caso es que, según él, ellos no servían para padrinos. Después de eso vinieron los cargos de consciencia porque nunca nos había visto comulgar o escuchado nuestra confesión. Le explicamos las razones. El pobre hombre hizo una mueca que lo hacía ver como poseído y poco le faltó para exorcizarnos. De su garganta salió una voz aguda y muy rara, diciendo que lo mejor sería preguntar en la catedral si se podía bautizar a nuestra niña. Con la clásica culpabilidad católica salimos de ahí preguntándonos qué caramba había sucedido.

Años después se llegaron los días de que mis hijos hicieran su primera comunión (optamos porque los 3 la hicieran juntos para no tener que pasar por lo mismo durante 3 años consecutivos), así que recurrimos nuevamente a la parroquia (después del chistesito del bautizo nos cambiamos de iglesia) a solicitar las pláticas para los hijos. Llegamos mi viejo y yo con los hijos a ver al sacerdote. Su primera pregunta fue: “¿Están casados por la iglesia?” Obviamente no lo estábamos, y así comenzó tercera guerra mundial.

Con fuego en la mirada el sacerdote me volteó a ver y casi gritando (dentro de la nave principal de la iglesia) me señaló con su dedo índice diciendo “¡TU! Tu eres como María Magdalena, pero ella se arrepintió y tú no”. En ese instante una serie de letreros iluminados con luces neón, de esos que hay en los antros de mala muerte, se prendieron en mi cabeza. Cada una describiendo un sinónimo de la palabra “prostituta”. Miré al suelo y con una voz muy pequeña le pregunté “Pues sí, padre, pero así lo decidimos, aunque no queremos que eso influya en la educación cristiana de nuestros hijos. ¿Qué es lo que usted sugiere que hagamos?”

Su gran sugerencia fue que yo debía de dejar a mi viejo, con quien ya tenía viviendo más de 10 años, y prosiguiera mi vida dentro de la iglesia. Alzando la mirada de forma desafiante lo cuestioné “¿Es decir que usted quiere que yo abandone a mi familia, una familia estable, con valores, donde ambos hemos criado a nuestros hijos en el amor a Dios, en la que todos sus miembros se aman y se respetan, solo porque a usted se le hace inconveniente tener que lidiar con pecadores como nosotros?” Al escucharlo decir que si, que justamente eso debía yo hacer lo miré fijamente y le dije “Primero limpie usted su propia casa y después limpie la mía. Quédese con su religión misógina y manipuladora y métasela por el (dejemos este espacio en blanco. Tampoco mencionaré como le menté la madre)” y con la misma me di la media vuelta jurando que prefería vivir cubierta por una burka (el traje negro o azul que usan las mujeres en Afganistán) que volver a poner un pie en una iglesia.

Porque yo estaba dispuesta a casarme por la iglesia si era necesario (aun cuando yo no deseaba casarme) solo para que mis hijos pudieran crecer en nuestra fe. Esa opción no me la dieron, y es justamente por eso que mandé todo lo relacionado con la teología directo al carajo. Así pasé algunos meses, en blanco, pero algo me hacía falta, así que me dispuse a estudiar sobre todas las religiones actuales (desde el Islam hasta el Budismo), con la idea de ser yo la que escogiera con pleno conocimiento de causa en lugar de que alguien más escogiera por mí. Sin embargo, ninguna me proporcionó lo que yo buscaba (y no, no era el permiso para seguir pecando).

Después de mi confrontación con el sacerdote, mis ojos se abrieron como nunca lo habían hecho. Vi gente haciendo obras de “caridad” con intereses personales de por medio, personas dando lo que les sobraba, no compartiendo lo que tuvieran. Vi gente que iba a misa todos los domingos, dándose golpes de pecho y baños de pureza, mientras que los fines de semana se encontraban con sus amantes en un motel de paso. Vi gente que se hincaba y rezaba en voz alta mientras le clavaba un puñal por la espalda a quien se le paraba enfrente. En pocas palabras, desperté a la falibilidad de la religión que había dejado atrás el verdadero amor divino (repito, llámese como se llame). Hasta que un día conocí la Wicca.

Para ya no hacerla más cansada, al arzobispo solo tengo una cosa que decirle: La institución que él dirige (o ayuda a dirigir, porque su jefe es otro), se está cayendo a pedazos por los pecados de sus mismos dirigentes. No es momento de juzgar la paja en el ojo del hermano cuando no se está mirando la viga en el propio. Hay una fuga de creyentes terrible, y muchos de ellos, como yo, se van por el propio elitismo e intolerancia que exhiben hacia los demás sin tratar de corregir sus errores personales. El ser madre soltera o tener preferencias sexuales distintas, el decidir sobre nuestro cuerpo sea al tener uno o dos hijos en lugar de “los que Dios te mande”, no debe ser motivo de señalamientos ni críticas. Su Dios les da libre albedrío a todos los que creen en el (y si no me falla la memoria a los que no también), y por lo tanto un mero mortal no tiene derecho a juzgar.

Por otro lado, mi diosa nos recibe a todos con los brazos abiertos, con el amor que solo una madre puede mostrar, porque mientras que unos hablan de Dios padre, nosotros hablamos de nuestra Señora Madre, y ahí es donde comienza la maravilla de la divinidad. En fin, cada quien que se ponga el saco como mejor le quede y antes de tirar la primera piedra hay que reflexionar si somos dignos siquiera de recogerla del suelo. Yo, por mi parte, no soy digna de andar tirando piedras, es más, me da mucha flojera, así que mejor les invito a todos una chela bien fría y una noche de baile e invocaciones a la luz de la luna llena.


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