Rúbrica: El gobernador que se olvidó de serlo
Aurelio Contreras Moreno
La conducta pública de las últimas semanas del gobernador
de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, refleja además de la desesperación de
quien inexorablemente pierde el poder, un profundo desprecio por su propia
investidura, y por ende, por los veracruzanos a los que debería gobernar en
igualdad de condiciones.
En los hechos, hace mucho que
Javier Duarte dejó de lado su condición de gobernante para asumir roles que no
le corresponden, lo que ha traído como consecuencia que se denigre, aún más, el
intercambio público en el estado de Veracruz.
En los últimos días Javier
Duarte ha querido ser lo mismo ministerio público que juez; dirigente
partidista y autoridad electoral; policía y ladrón. Y lo único que ha terminado
siendo es un político pendenciero que pareciera no querer ver que el 1 de diciembre
de 2016, dentro de 350 días, entregará el poder, probablemente a alguien que no
le cuidará las espaldas ni le brindará impunidad.
Torciendo la ley y a las
instituciones, lo mismo acosa judicialmente a sus adversarios políticos que a
los medios de comunicación y periodistas que lo critican y no aceptan someterse
a sus caprichos y veleidades. Utiliza y manipula los recursos públicos del
estado para enderezar venganzas personales, pero se indigna cuando se le
demuestran las irregularidades que han caracterizado a su caótica
administración.
Javier Duarte desprecia a tal
grado a sus correligionarios partidistas, que los obliga a adherirse
políticamente a quien desea fervientemente que sea su sucesor sin importarle
cubrir la menor de las formas, autoritariamente y como si de retrasados
mentales se tratase, mientras se repite a sí mismo, una y otra vez, mirándose
al espejo: “yo soy el gobernador de Veracruz”.
Y para hacer sentir su
“poder”, le retiene sus pensiones a los jubilados, sus salarios a los maestros,
sus becas a los estudiantes, sus participaciones a los ayuntamientos no
alineados, sus asignaciones a la Universidad Veracruzana, y sus honorarios a
los constructores, a los hoteleros, a los músicos, a los banqueteros, a los
publicistas, y a un largo etcétera. Paga cuando le da la gana, si es que paga.
Los visos claros de un severo
desequilibrio emocional emergen cuando pone en práctica ocurrencias que laceran
la de por sí desacreditada figura del gobernador de Veracruz. Ofende a sus
correligionarios en público, manda atacar a sus “enemigos” través de
textoservidores y sicarios cibernéticos y desbarra en su red social oficial de
Twitter con comentarios soeces, frívolos y malintencionados, como si fuera un
buscapleitos callejero y no la persona sobre la que recae el mandato
constitucional de gobernar a ocho millones de personas.
Los resultados de esa errática
manera de conducirse están a la vista. La imagen de Veracruz a nivel nacional e
internacional está por los suelos. La entidad es considerada la más peligrosa
del país y de todo el continente americano para el ejercicio libre del
periodismo. Es el estado que más denuncias por irregularidades y desvíos de
recursos ha recibido de parte de la Auditoría Superior de la Federación. En el
norte, centro y sur se padece una creciente e imparable inseguridad. La
economía se derrumbó. Los empresarios se están yendo a buscar en otros estados
las oportunidades que en el suyo ya no existen.
Maestros y pensionados tienen
que salir a las calles casi a pedir como limosna lo que por ley les
corresponde.
El descontento popular
pretenden frenarlo o bien comprando conciencias y abusando del hambre de
amplios sectores a los que mantienen en la marginación, o a toletazo limpio y
electroshocks, como en las dictaduras.
Javier Duarte se olvidó de ser
gobernador de Veracruz. Y contrario a lo que piensa, la historia, y quizás
también los tribunales, no lo absolverán.
Twitter: @yeyocontreras
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