Sexo de terror
(Tomado del Diario Página 12)
Desde
Barcelona
La
mujer desnuda con pasamontañas en la cabeza y granada-dildo en mano no duda en
afirmar que “cuando no hay con quién dialogar del otro lado, lo que queda es el
terrorismo. El pornoterrorismo ataca la violencia hacia lo que se sale de la
norma. Es decir, pone en escena –como toda la pospornografía– sexualidades
subversivas. Esto es terrorista”. Ella es Diana Pornoterrorista, un monstruo
sexual maravilloso e inquietante de pies a cabeza (o mejor dicho, de borcegos a
cresta). Su trabajo como artista performer comenzó hace diez años en su Madrid
natal junto al grupo de cabaret gore-porno-trash Shock Value y hoy es una de
las referentes de la movida posporno en España. En la actualidad, reside en la
ciudad de Barcelona, desde donde articula su centro de operaciones posporno y
de activismo queer junto a un colectivo de artistas locales.
Diana
es una guerrera curtida en los márgenes del género, una mujer que gusta
pensarse como construida en la periferia de lo que es el prototipo de mujer (y
de hombre también). Es una confesa exhibicionista, que se planta en el
escenario para recitar sus poemas al ritmo de aterradores orgasmos. Un cuerpo y
una voz entregados a batallar en pos de la liberación de los cuerpos, de su
reapropiación y del rescate de sus profundos deseos.
¿Qué
papel tiene el cuerpo en el pornoterrorismo?
–Es
el alma. No se puede prescindir del cuerpo en el pornoterrorismo. Esta es una
política del cuerpo y de hecho no considero ninguna otra forma de hacer
política. Nuestros cuerpos no normativos están visibilizando que existen otras
opciones y también están aterrorizando un poco. Por eso molestan.
¿Por
qué elegiste trabajar desde la performance y la poesía?
–Arriba
del escenario me siento segura, sin miedo a nada. Y me parece muy valiosa la
posibilidad de dar la cara. Me siento más insegura escribiendo un post en mi
blog, detrás de la pantalla. Lo mismo ocurrió cuando escribí el libro,
Pornoterrorismo; disfruté mucho haciéndolo, pero definitivamente me siento más
cómoda viendo las reacciones de la gente en simultáneo a lo que voy haciendo.
En
tus presentaciones siempre hay elementos de S/M, fist-fucking, squirting. ¿Por
qué estas prácticas sexuales son terroristas para vos?
–Al
fist-fucking no lo considero subversivo porque no es doloroso. Aunque lo
parezca y visualmente sea fuerte, no duele. El BDSM, en cambio, sí es
terrorista, subversivo, porque pone en juego el dolor como placer.
Pero
no necesariamente hay dolor en las prácticas BDSM.
–Es
cierto, pero siempre hay una situación de dominación. Y poner eso en cuestión
es subversivo. Allí no importan cuestiones económicas, étnicas, culturales ni
nada. Cualquiera puede dominar a cualquiera, se transforman las relaciones de
poder establecidas. El dolor normalmente es un castigo; transformar eso en un
premio, en placer, es subversivo. El squirting también es terrorista, y lo
utilizo para mostrar el orgasmo femenino, negado por la medicina y también por
el porno. Lo que no se ve no existe.
EL
CUERPO ES EL MENSAJE
Ingresa
al escenario una persona enyesada de pies a cabeza, a paso muy lento. En su
cuerpo pueden leerse insultos que el público ha escrito a pedido de la
performer. El silencio tenso que envuelve la sala es abruptamente interrumpido
por el sonido de los furiosos azotes que recibe este cuerpo-yeso. Grita, vocifera
los insultos impresos en su cuerpo, se deja caer al suelo mientras se rompe las
vendas e invita al público a quitarse la ropa. Luego recita sus poesías, se
quita las agujas clavadas en la frente, lame la sangre que cae de las heridas,
se deja penetrar por el puño de alguna colaboradora. Diana pone su cuerpo como
arma de batalla en cada una de sus performances, no sólo como medio sino como
un fin en sí mismo.
Alguna
vez sugeriste que usabas el placer como caballo de Troya para lanzar el
mensaje. ¿Cuál es este mensaje? ¿El placer es sólo el gancho?
–No
es que sólo sea el gancho, el placer es parte de ese mensaje. Cuando unas
personas están sentadas delante de un escenario viendo un espectáculo que saben
que se llama Pornoterrorismo, algunas ya van abiertas a la propuesta. Pero
otras van sólo por la palabra “porno”, no por la palabra “terrorismo”,
¿entiendes? Y algunas personas van porque saben que va a haber tetas, culos y
sexo en vivo. Entonces, me parece que el placer es un anzuelo para que cuando
el pececito muerda y esté bien apretado allí en el teatro pueda soltarle todo
lo demás.
¿Y
qué es eso que quieres soltarle al espectador?
–Eso
es la violencia que nos comemos cada día en el noticiero, la que nos rodea. En
la última performance había algunos bloques muy violentos, como el número de
los pecados de la Iglesia donde hago una recopilación de sus pecados, que
también podrían ser llamados crímenes. Y son temas que la gente no se traga muy
fácil. Por eso creo que ir con una predisposición a la excitación sexual te
pone en un estado vulnerable. Esto lo deduje una vez que estábamos viendo el
noticiero cuando empezó la guerra en Irak: era todo una sangría. Y empecé a
pensar que no es fortuito que los noticieros se emitan a la hora de la comida,
sino que los transmiten justo en ese momento en el que te tragas todo. Entonces
pensé ¿por qué no usar estas estrategias –que son de manipulación– para mi
propio mensaje?
¿Qué
repercusiones crees que generan tus performances en el público?
–Yo
espero contribuir a que la gente que vea mi trabajo acceda a otras formas de su
sexualidad. Elegí no trabajar ocho horas por día para poder dedicar todo mi
tiempo a estudiar esto. Leo mucho, lo pienso y luego lo entrego masticado y
fácil de entender. Hay intelectuales que trabajan en este campo desde otra
perspectiva, leen a Judith Butler y luego explican la teoría de género, pero
muy pocos los entienden. Yo intento –en cambio–- hacerlo accesible a todo el
mundo, y aquí, claro, se produce a veces una cierta discriminación intelectual,
donde el discurso académico pretende legitimarse por sobre otras formas de
abordar la sexualidad.
En
tu libro decís que “descubrir la propia sexualidad es también descubrir hasta
qué punto nuestro sexo no nos pertenece en absoluto”. ¿Quién nos ha arrebatado
nuestra sexualidad? ¿Cómo es posible recuperar el dominio de nuestros cuerpos y
placeres?
–En
primer lugar, el patriarcado. Luego la Iglesia. Después la ciencia, con la
medicina como herramienta. Y finalmente el capitalismo. Esa es la cadena de
instituciones que han intentado aplicar un control sobre el cuerpo y la
sexualidad. Y debemos salirnos de eso, tenemos que poder follar por el culo sin
tener al cura en la habitación diciéndonos que eso está mal. No es fácil,
porque es algo que tenemos muy incorporado desde pequeños, desde que nos asignan
un biogénero. Pero se logra con activismo, con una vida activa basada en el
trabajo sobre el cuerpo.
En
relación con ese activismo, ¿ves en el feminismo un camino correcto para la
liberación del cuerpo y la sexualidad?
–No,
porque en muchos casos el feminismo es reaccionario y excluyente; yo misma me
siento excluida del feminismo, en sus categorías no hay sitio para mí. El
feminismo está por la liberación femenina, pero rechaza la prostitución, el
porno, el sado, por considerarlas formas de violencia hacia la mujer. Yo estoy
a favor de la prostitución y del sado y hago porno. Rechazo también al
feminismo porque deja afuera a hombres y trans. Frente al rechazo de lo
masculino, por ejemplo, propongo la reapropiación del falo, el empoderamiento
de los símbolos del patriarcado en lugar de su destrucción.
¿Por
qué te identificas con el transfeminismo? ¿Qué desafíos implica la ética
transfeminista frente al orden sexual normativo?
–La
sexualidad, el género, las representaciones del cuerpo, no pueden aislarse del
entramado global, económico, político e institucional en que se despliegan. Y
este marco es el capitalismo. El transfeminismo implica una coherencia con la
lucha anticapitalista. Me planto contra el feminismo que proclama la liberación
de la mujer, pero al mismo tiempo utiliza Windows en vez de software libre. Las
luchas que se establecen en el terreno de la sexualidad no pueden desvincularse
de la batalla contra el capitalismo, es necesaria una coherencia en ese punto.
Y lo mismo ocurre en sentido inverso, cuando el activismo anticapitalista no
contempla el trabajo sobre el cuerpo. Es lo que ocurre con el movimiento 15-M
aquí en España, los indignados que quieren hacer la revolución, pero luego
vuelven a casa y no saben follar más que en la postura del misionero. Sin una
política del cuerpo y el género no hay revolución posible, así como tampoco
tiene sentido la subversión sexual desvinculada de la lucha contra el
capitalismo.
¿Qué
acciones concretas pueden realizarse para aplicar una política del cuerpo y el género?
–Desde
el transfeminismo, por ejemplo, llevamos adelante la campaña Stop
Transpatologización, desde la que reclamamos que la transexualidad sea quitada
del DSM IV y de otros manuales internacionales de diagnóstico de enfermedades.
Allí la transexualidad está señalada como un trastorno de la personalidad.
Recientemente hemos revisado el nuevo borrador y ya no aparece, lo han quitado,
pero en cambio han incluido el síndrome premenstrual como un trastorno
temporal. Imagínate, una vez al mes todas las mujeres estamos trastornadas.
En
Argentina hay ahora mismo un debate abierto sobre la Ley de Identidad de
Género, que permitirá a las personas trans cambiar oficialmente su nombre y
género sin necesidad de dar explicaciones.
–Pues
están más adelantados que nosotros. Para eso aquí aún tienes que pasar por un
proceso médico-psiquiátrico de dos años, tras el cual la institución médica
decide si estás o no apta para tomar esa decisión.
LA
RED POSPORNO
Si
el posporno funciona fundamentalmente a partir de los colectivos y la
autogestión en las producciones, el trabajo de Diana funciona como un hilo más
de esa red de voluntades interesadas en crear nuevas y subversivas
representaciones de la sexualidad. En esta línea, la propuesta pornoterrorista
encuentra en el posporno su marco de acción y su red de alianzas desde el cual
disparar contra la pornografía mainstream de un modo creativo, transfeminista y
fuera de la lógica comercial. Una de esas líneas de acción y trabajo colectivo
se sintetiza en la Muestra Marrana, un festival de cine porno no convencional
autogestionado y organizado por Diana, Claudia Ossandón y Lucía Egaña que se
realiza cada verano en la ciudad de Barcelona. El objetivo del festival no es
sólo mostrar producciones audiovisuales relacionadas con el posporno sino
también crear un espacio de intercambio y debate acerca de las multiplicidades
sexuales subversivas y las prácticas que se encuentran en los márgenes del
sistema heteronormativo. “La pornografía está hecha para vender ciertas
prácticas y ciertos cuerpos. La diferencia básica es que en el posporno puede
incluirse todo, cualquier práctica. Si te calienta ponerte una fresa en el culo
o si te comes una banana y tienes un orgasmo, bienvenido sea. Para la
pornografía eso sería una aberración o una de esas prácticas que se ponen en el
canal de ‘crazy and funny’. Y lo más importante del posporno es que incluye a
las mujeres como productoras, directoras, actrices”, asegura Diana. Pensando en
esto último, la pregunta por el ausente es inevitable.
¿Dónde
están los hombres en el posporno?
–Realmente
no lo sé. Estamos esperándolos. Yo no tengo ningún problema en juntarme en
talleres con chicos, hacer posporno o lo que sea. Pero es que no vienen. Hay
mucho más miedo en los chicos en general y también existe el condicionante de
que las mujeres u hombres que se van a encontrar no son los que les gustan,
porque somos cuerpos poco normativos. Yo los estoy esperando, me encantaría
ahora jugar con más hombres, pero es muy difícil. La última vez que jugué con
hombres fueron seres completamente impenetrables, cargados de miedos y
frustraciones. En este caso creo que la pornografía ha hecho mucho daño a los
hombres, sobre todo daño interno. Muchas mujeres no han visto porno nunca en
sus vidas, en cambio es casi una enseñanza cultural el hecho de que los chicos
vean porno. Y eso se te queda ahí dentro. Entonces de repente se encuentran con
estas prácticas del posporno que son distintas de lo que ven en el porno, que
no valoran aquello que supuestamente era tan importante y claro, se quedan como
desnudos.
En
ese sentido, los hombres tenemos mucho más trabajo por realizar. No es que no
hablemos de sexo, sino que lo hacemos de otra manera.
–Es
cierto, la pornografía y la forma de culturizar la sexualidad masculina son
frustrantes porque no son reales. Ni tu cuerpo es así ni tus prácticas son así
ni lo que te gusta es así. Eso debería impulsar a los hombres a hacer posporno,
pero no es el caso. Tienen miedo de que venga una punky con cresta a follarlos
por el culo.
Pareciera
que todo contacto con el culo del hombre, cualquier tipo de penetración remite
a una identidad homosexual.
–Claro,
eso parte de la premisa de que las mujeres no penetran y que los hombres no son
penetrados. Así que si te penetran y encima lo hace una mujer, dejas de ser un
hombre y te vuelves un maricón. Es como una regla de tres super básica que
todos se han creído y que es como un fantasma que va planeando sobre los ojetes
de medio mundo. Hay un texto muy interesante de Beatriz Preciado que se llama
Terror Anal, que habla sobre estos miedos a la analidad y la penetración.
¿Qué
creés que falta en materia de posporno?
–Ser
considerado una forma de representación artística sobre la sexualidad, pero no
comercial. En síntesis, ser considerado como un movimiento. Porque al final
resulta que somos como ratitas, siempre trabajando en los márgenes. Sería bueno
que existiera un reconocimiento a la gente que viene trabajando hace años en
esto. Yo hace diez años que trabajo como artista y hasta ahora no he visto
ningún fruto a nivel institucional-artístico o del público sin más.
Este
reconocimiento que vos decís suele venir de la mano del ingreso al circuito
artístico institucional. ¿Creés que una ampliación del territorio de influencia
del posporno implicaría una pérdida de su potencia subversiva?
–A
mí me encantaría vender mi arte a los museos, pero no creo que se pueda.
Siempre que eso no me implique una autocensura, no veo mal llegar a más gente y
sacar dinero al Estado. El año pasado, por ejemplo, hicimos en el Museo Reina
Sofía de Madrid un evento llamado La internacional cuir, donde hicimos nuestras
presentaciones. Pero es una excepción, porque por lo general no lo compran. El
posporno y el pornoterrorismo son periféricos, marginales.
Entonces,
¿qué se ha conseguido hasta ahora con el posporno?
–Ha
conseguido que el feminismo sea más divertido y cachondo que antes, que sea
también menos discriminatorio y más inclusivo. Creo que es uno de los mejores
logros del posporno: convertir el feminismo en una cosa sexy. A nivel artístico
también es muy importante, de hecho el posporno está modificando el mundo del
arte. En síntesis, los logros son sexualizar el feminismo y sexualizar el mundo
del arte. Y hacerlo de una forma política, ética.
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