AMLO: el conservadurismo verdadero
(Tomado de la Revista Replicante)
El progresismo tiene buena
parte de su viabilidad como proyecto de desarrollo humano y social en la
educación. La democracia, en concordancia, finca su solidez y calidad en ella:
una sociedad que se aproxime al ideal de ser libre, igualitaria y fraterna es
viable por medio de la educación, tanto como del estado de derecho en un orden
republicano. Sin embargo, la educación que no es de buena calidad no es
progresista. La educación es una de las dimensiones fundamentales del
desarrollo humano, por lo que una educación que no es de buena calidad conculca
el desarrollo a tal punto que no estaría equivocado considerar que educación
que no es de buena calidad no es educación, que la buena calidad es una
cualidad inherente a ella.
De modo que el progresismo
está necesariamente comprometido en la promoción de la mejor calidad de la
educación para todos. Caso contrario es el de Andrés Manuel López Obrador
(AMLO), quien amenaza con deteriorar la calidad de la educación, degradarla a
nivel de chatarra por dos factores: el apoyo político que recibe de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y por su
“alternativo” modelo de (mala) educación media superior y superior.
Lo único peor a Elba Esther
Gordillo, presidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación
(SNTE), es la CNTE. Con López Obrador, el riesgo es que éste le entregue a los
disidentes magisteriales posiciones de poder o decisión, que ceda a sus
peticiones o que de plano haga de sus reclamos parte del plan sectorial de
educación. El riesgo es que la educación que hay en Oaxaca, con esa dirigencia
sindical, sea la que se vuelva nacional: el gobierno de lo peor. Se perderían
así los incipientes avances que se han logrado en evaluación y la selección del
profesorado por concurso de oposición en convocatoria abierta.
El progresismo, como puede
constatarse en los sistemas educativos de los países más desarrollados y
equitativos, apunta a la evaluación, la acreditación y la certificación que
miden la calidad y la orientan a elevarla a niveles establecidos por
parámetros. Se trata de una tendencia mundial en concordancia perfecta con los
derechos humanos y los compromisos de las naciones para abatir la pobreza. Pero
López Obrador y la CNTE van en contra de esta tendencia.
En lo que se refiere a la
promesa de campaña de AMLO debe considerarse que el Sistema de Educación Media
Superior del Distrito Federal, establecido durante su jefatura de Gobierno,
define el tipo de educación que imparte como “gratuita, democrática, promoverá
el libre examen y discusión de las ideas y estará orientada a satisfacer las
necesidades de la población de la capital del país”. En primer lugar, gratuita,
como si fuera lo más importante. Pero el punto es “libre examen”, esto quiere
decir que los alumnos deciden su aprobación, que los maestros no califican, o
sea, el paraíso de porros y burros. El “modelo educativo desarrollado por el
propio instituto”, el de Educación Media Superior (IEMS) del DF, se define como
“alternativo”. ¿Alternativo a qué? Pues a todas las tendencias de evaluación,
acreditación y certificación internacionales, al establecimiento de parámetros
que orientan las metas de las instituciones educativas y los indicadores.
El Estatuto Orgánico del IEMS,
publicado en marzo de 2005, dice en su artículo 46 que las evaluaciones
académicas que hagan los profesores a los estudiantes “tendrán solamente un
valor diagnóstico”. Esto se debe a que la Fundamentación del Proyecto Educativo
considera que “la mayoría de los sistemas de bachilleratos median su ingreso a
través de mecanismos de selección y exclusión, en función de los ‘méritos’
académicos (examen o promedio obtenido en secundaria) con presumibles fines de
equidad. En cambio, el ingreso de los aspirantes a cursar el bachillerato en el
SBGDF se realiza mediante un sorteo de números aleatorios ante Notario Público,
y en el que se asignan los lugares disponibles entre los aspirantes
registrados”.
A esto, al sorteo de ingreso,
en vez de una prueba de conocimientos o aptitudes o un promedio mínimo de
calificación certificada en el nivel educativo previo, le llaman “política de
equidad para el ingreso”. De manera congruente al abaratamiento académico del
ingreso es el criterio para la permanencia y egreso certificado, a partir del
aniquilamiento de la evaluación orientada a satisfacer “la necesidad de
propiciar el reencuentro [sic] de los sujetos con sus utopías, las
cuales no son ilusiones que contienen verdades absolutas, sino puntos en la
distancia que orientan su trayecto y que por lo tanto, tienen que
resignificarse continuamente”. O sea que les regalan la aprobación.
Los maestros quedan reducidos
a peleles. Sin evaluación real, su autoridad se menoscaba y luego tienen que
aprobar a todos para que vayan a realizar sus utopías y para liberar los
espacios para que sean ocupados por las siguientes generaciones, puesto que no
pueden ser dados de baja porque se les impediría realizar las mentadas utopías.
Los egresados cuentan con lugar asegurado en la Universidad Autónoma de la
Ciudad de México, un pase automático disfrazado. De ahí los muy malos
resultados que se conocen de esta institución de educación superior.
Chatarrizar la educación, esa
es la oferta de campaña de López Obrador, avalada con lo que hizo durante su
gobierno en la Ciudad de México. Un auténtico fraude académico en perjuicio de
los pobres matriculados que reciban certificados y títulos patito, así como de
los contribuyentes que paguemos ese engaño. Quienquiera que se haya esforzado por
obtener un título profesional o que haya sido un profesor que exigió a sus
alumnos estudio y dedicación tendría que repudiar esta posibilidad.
Un movimiento conservador
Durante la entrevista en el
programa vacilador El Weso, en W Radio el 22 de febrero, en un ambiente de bróders,
de pases a gol para lucimiento del pseudoprogresista, sus fans y grupis
cometieron el error de creer que es en serio lo del progresismo y le
preguntaron por su posición con respecto al aborto, los matrimonios de personas
del mismo sexo y la legalización de las drogas. La respuesta fue evasiva, que
“es respetuoso de todo eso”, que había que consultar a la gente y ella lo
decidiera. La explicación fue que, ese movimiento que convoca a la gente por el
color de su piel, según su himno, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena),
está integrado por millones de personas, mayoritariamente católicas y
evangélicas, por lo que él como líder no podía tomar una posición al respecto,
para “no faltarle al respeto a los que están en el movimiento”. O sea que para
López Obrador la promoción y la defensa de los derechos humanos están
supeditadas a lo electoral.
De modo que Morena no es un
movimiento progresista, sino conservador. Y su líder es fiel a la identidad de
su movimiento. Progresismo no es hincarse donde se hinca el pueblo, sino que el
pueblo deje de hincarse. Un líder que se diga progresista debe ser el primero
en decir: que nadie más se arrodille, y predicar con el ejemplo. Si AMLO fuera
congruente con la moral que predica tendría que pronunciarse públicamente a
favor de cualquier causa que fuese justa, aunque tuviese un costo electoral.
Tendría que defender la laicidad del Estado en vez de presentarse delante del
Papa en un culto religioso como un devoto más, un acto que claramente abona a
la legitimidad y estabilidad del Gobierno de Felipe Calderón.
Peor todavía, su concepto de
progresismo es el trasnochado nacionalismo de los años cuarenta del siglo
pasado, manifiesto en el monopolio estatal del petróleo, la política y
organización de masas, el ejido, subsidios generales (regresivos), la
sustitución de importaciones y cartillas morales (que es progresismo del siglo
XIX, como catecismos laicos).
Votar por López Obrador es
votar por el conservadurismo y el moralismo. Su diagnóstico de los problemas es
el típico de lo más reaccionario: todo lo malo es el resultado de una crisis de
valores, según lo cual la solución a todos los males es moral. Bastará con que
quienes se dicen honestos gobiernen para que deje de haber pobreza, desempleo y
criminalidad. Esto no es progresismo, son formas burdas de la política de la
sinrazón: el simplismo histórico, el moralismo histórico y la teoría de la
conspiración (los pobres son pobres porque un grupo de malvados-mafiosos así lo
quiere).
La moral, los valores, los
principios, la honestidad, la patria, la Historia, la familia, la nación, la
moral, la moral y la moral. Son éstos los elementos típicos de todo discurso
conservador, son por eso los de todos los discursos de López Obrador. A
propósito de ello, cabe recordar que el recientemente fallecido expresidente
Miguel de la Madrid es el padre del Partido de la Revolución Democrática (PRD),
al haberse inclinado en la sucesión presidencial a favor de una nueva
generación de políticos y su proyecto de modernización y no por los
restauradores del echeverrismo. La ruptura de priistas se dio hasta el final de
su sexenio, se mantuvieron en la nómina hasta el último año. Uno de ellos,
Andrés Manuel, conserva una impronta delamadridística tan profunda que su
promesa de campaña, 24 años después, es la Renovación Moral de la Sociedad.
Un partido contrario al progresismo
El progresismo, por
definición, no puede permanecer inmutable, sino que implica renovación,
actualización. Una vez que se ha logrado un avance demanda alcanzar otro y otro
más. Por eso, lo que en una época puede considerarse progresista, al paso del
tiempo puede dejar de serlo. El progresismo sólo puede actualizarse y renovarse
constantemente para seguir siendo tal, y no estancamiento o regresión. Por eso
muchas ideas que en el pasado fueron progresistas hoy ya no lo pueden seguir
siendo. Ninguna dictadura, por ejemplo, puede tener legitimidad actualmente
desde una perspectiva progresista (contemporánea). Precisamente, uno de los
méritos intelectuales de Octavio Paz fue deslindar el pensamiento progresista
con respecto a toda dictadura. Cuánta pobreza intelectual y moral, tanto tiempo
después, de algunos de quienes se dicen progresistas que hacen apología a
dictadores o a las dictaduras.
Por ejemplo, el socialismo
cubano, la revolución y el gobierno de Fidel Castro pueden haberse considerado
progreso en un periodo histórico en tanto se cumplieron objetivos en derechos
sociales y que merecen el reconocimiento, como en educación y saludo, pero una
vez alcanzados permanece un estancamiento o rezago en derechos políticos y
económicos. Por eso actualmente no puede considerarse progresista un régimen
dictatorial como el de Cuba. El progresismo sólo puede verificarse en la
verificación de la defensa y promoción de derechos. Una vez logrado un avance
hay que ir por otro y otro y otro. Nunca conformarse o estancarse.
Que algunos cercanos
colaboradores de AMLO, como Yeidckol Polevnsky —según la cual “Fidel Castro
nunca va a morir. Ocupará siempre un lugar de honor en la historia mundial como
el estadista del siglo XX e inicios del XXI” —es pecata minuta cuando el
partido de los que se dicen progresistas, el Partido del Trabajo (PT), no ha
ocultado su simpatía por regímenes totalitarios como el de Vietnam. Su líder
moral, histórico y político, Alberto Anaya, entregó una estatua “de tamaño natural”
a Nguyen Phu Trong, actual dictador, como homenaje al genocida Ho Chi Minh.
Bastante conocido fue el triste lamento de su esquela por la muerte del
dictador norcoreano Kim Jong-Il. Simpatías descaradas de morenazistas por
dictadores advierte el cambio que anhelan: AMLO dictador, aunque se conformen
con menos. (Muy marxistas, muy socialistas y se dicen muy progresistas, pero la
diferencia salarial entre sus trabajadores con el sueldo menor respecto al del
líder es de 20 veces, al igual que en Movimiento Ciudadano).
Si de por sí no hay una
orientación ideológica progresista en el PT, menos lo hay en su historial
electoral, partido para el cual progresismo es también coaligarse al PRI e
inclusive con priistas de la reputación menos positiva. Por ejemplo, el
candidato a gobernador del PT en Oaxaca, en 2004, fue Ulises Ruiz Ortiz. El PT
integró entonces, con el PRI y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), la
coalición Nueva Fuerza Oaxaqueña.
En el Acuerdo del Instituto
Electoral de Oaxaca del 24 de marzo de 2004 respecto de la integración de esta
coalición dice textualmente: “ASI MISMO, EL PARTIDO DEL TRABAJO, EN SESION
EXTRAORDINARIA DE FECHA DIECISEIS DE MARZO DEL DOS MIL CUATRO, LOS INTEGRANTES
DE LA COMISION EJECUTIVA ESTATAL APROBARON LA CONFORMACION DE LA COALICION CON
EL PARTIDO REVOLUCIONARIO INSTITUCIONAL Y EL PARTIDO VERDE ECOLOGISTA DE
MEXICO, SE APROBO LA PLATAFORMA ELECTORAL COMUN Y LA CANDIDATURA A GOBERNADOR
DEL ESTADO EN LA PERSONA DEL CIUDADANO ULISES ERNESTO RUIZ ORTIZ; AUTORIZANDO A
LOS CIUDADANOS ALEJANDRO VEGA ROSAS Y DIPUTADO JUAN BAUTISTA OLIVERA GUADALUPE,
PARA QUE A NOMBRE DEL PARTIDO DEL TRABAJO, FIRMARAN EL CONVENIO DE COALICION
RESPECTIVO. ASI, EN SESION ORDINARIA DE LA COMISION EJECUTIVA NACIONAL DEL
PARTIDO DEL TRABAJO, ERIGIDA EN CONVENCION ELECTORAL, DE FECHA DIECISIETE DE
MARZO DEL DOS MIL CUATRO, ACORDO APROBAR LA COALICION DENOMINADA “NUEVA FUERZA
OAXAQUEÑA”, INTEGRADA POR LOS PARTIDOS POLITICOS: REVOLUCIONARIO INSTITUCIONAL,
VERDE ECOLOGISTA DE MEXICO Y DEL TRABAJO; ASI COMO LA RATIFICACION DEL CONVENIO
DE COALICION RESPECTIVO Y LA CANDIDATURA DEL CIUDADANO ULISES ERNESTO RUIZ
ORTIZ, A GOBERNADOR DEL ESTADO.”
Ahí mismo se establece el
diseño del emblema de la coalición, que representa al PT tal como en su origen,
como un apéndice del PRI. La cuota al PT para esta coalición quedó establecida
en 6% de los votos obtenidos para cobrarlos en financiamiento y diputaciones.
Su aportación a Ulises Ruiz, a cambio, fue de 50 por ciento de su tope para
gasto de campaña.
Desde 1999 a la fecha el PT se
ha coaligado al PRI en seis entidades para las elecciones de gobernadores: en
2003 y 2005 (extraordinaria) en Colima; en 2004, en Aguascalientes, Chihuahua,
Oaxaca y Zacatecas, así como en 2005 para Guerrero. En todas ellas compitió
contra el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido de la Revolución
Democrática (PRD) y Convergencia por la Democracia Partido Político
(Convergencia, hoy con el nombre Fuerza Ciudadana) con candidatos de
procedencia priista y uno panista. La competencia no fue sólo en las elecciones
de gobernador, sino también en las de diputados locales y presidentes
municipales. La diferencia a favor de Ruiz en el resultado de la elección fue
pequeña, menos de 26 mil 500 votos, que posiblemente los petistas hubieran
podido revertir.
El PT también formó parte de
las coaliciones del tipo —valga la expresión— todos unidos contra el PRI junto
con el PAN, el PVEM y el PRD, más los que en cada ocasión se sumaron. Así fue en
las elecciones para gobernador de Nayarit y Coahuila, en 1999; Chiapas en 2000
y Yucatán en 2001. Los candidatos procedían también del PRI y uno del PAN, y el
fenómeno se reprodujo igual en algunas elecciones de diputados y presidentes
municipales.
De modo que el PT ha venido
compitiendo históricamente contra los que se supone que son hoy sus aliados
naturales “progresistas”: el PRD y Convergencia: después del PVEM, el
partido con el que más coaliciones ha establecido el PRI es precisamente el PT.
¿Entonces el priista Ruiz representa o promueve los principios revolucionarios
que el PT admira de los gobiernos de Corea del Norte, Venezuela o Bolivia? ¿O
la moralidad juarista —austera y republicana— que hoy halla indudablemente en
Andrés Manuel López Obrador? Recordemos que eran precisamente los días en que
el presidente Vicente Fox alentaba un juicio de desafuero en contra del
entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, cuando el PRD y Convergencia se
aliaron con el PAN para impulsar la candidatura a gobernador de Oaxaca de
Gabino Cué.
Convergencia, por su parte
contendió en las elecciones de Quintana Roo, en coalición con el PAN y una
candidata proveniente del PRI para competir contra las alianzas PRI-PVEM y
PRD-PT. ¿Qué explicación tienen estos comportamientos si se supone que la
identidad partidaria de quienes se presentan como “la izquierda” y
“progresismo” es incompatible con la de aquellos a los que señalan como “la
derecha” y “la oligarquía”?
¿Realmente le importa el
progresismo al PT? ¿Realmente es progresista? Por lo expuesto, no. Para efectos
del PT, López Obrador es una de dos: o un Kim Jong junior, un dictador
en potencia o un UIises Ruiz plus, el que les garantiza curules y
dinero. ¿O ambas? Votar por López Obrador no tiene por lo tanto sentido
progresista alguno, sino el de mantener a burocracias partidarias que tienen
como prioridad la rentabilidad electoral. ®
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