MUJERES QUE SABEN LATÍN: … Y vivieron felices para siempre.
Yadira Hidalgo
Es el final típico
de casi todas las historias que aún se les siguen contando principalmente a las
niñas, y sin embargo la frase, aunque final por antonomasia, lo que parece
sugerir es más que nada un comienzo, un comienzo del cual nadie nos ha contado
nada.
Para empezar, ¿Qué es la felicidad? Una
pregunta que tiene tantas respuestas como seres humanos hay en la tierra, y más
específicamente ¿Qué es la felicidad para las mujeres? ¿Qué nos han contado al
respecto?
Si regresamos otra
vez a los cuentos infantiles parece que la respuesta está en encontrar al Príncipe Azul o al Indicado,
como dicen más tarde las novelas, series y películas hechas para el consumo de
adolescentes y mujeres jóvenes. Y aunque muchas de nosotras decimos no
creer más en los cuentos de hadas y vamos por la vida exigiendo y ejerciendo
nuestra autonomía, el constante
bombardeo de los medios sobre lo que es y debe ser el amor para las
mujeres, nos mantiene en el limbo de la transgresión y el
convencionalismo.
El concepto del
amor romántico con el que se nos ha educado a las mujeres, parece beneficiar
más al ser amado que a nosotras mismas. Como seres de amor y para dar amor,
como lo dice la feminista Marcela Lagarde en su estupendo libro “Claves feministas para la negociación en el
amor”, las mujeres nos damos, nos entregamos, no esperamos nada a cambio
pero irónicamente siempre vivimos a la espera, a la espera de encontrar a la
media naranja, de que declare su amor, de la promesa del regreso del ser amado
o del cumplimiento de las expectativas. La pasividad es entonces, la condición
de la vida amorosa de las mujeres, incluso de aquellas más “lanzadas”, que al
final esperan que el objeto amoroso no salga corriendo.
De esta manera,
las expectativas amorosas de las mujeres en este mundo, no parecen reales,
porque no están cimentadas sobre nuestras necesidades, sino sobre la necesidad
de satisfacer a otros: familia, novios, hijos, amantes. En ese sentido, las
mujeres no hemos sido educadas para
hacernos cargo de nuestros propios proyectos de vida, por el
contrario, nos han educado para hacernos cargo de los proyectos de vida de
otros. Y en eso también entra el amor.
Aunado a esto, las
expectativas que se trazan de la vida amorosa de las mujeres se uniforman a
través de una serie de convencionalismos sociales que se repiten
incansablemente en los medios de comunicación, en donde incluso hay toda una
tipología fílmica dedicada al consumo femenino, las comedias románticas o
también llamadas, de manera peyorativa y cursilona, “chick flick”. En ellas,
mujeres del siglo XXI, _lo que quiere decir, profesionistas, educadas, bellas,
y en un sentido, autónomas_ viven en una resignada soledad hasta que por obra y
gracia del amor que siempre flota en el aire, encuentran al hombre ideal que por lo regular en un principio
no es del todo de su agrado por su patanería explícita, su incansable coquetería
o su inaguantable soberbia. Sin embargo la tesis central de ese tipo de
comedias es que el amor todo lo cambia y vemos como, uno tras otro, los galanes
protagonistas son capaces de cambiar sus costumbres más acendradas por una
mujer con la que finalmente, deciden comenzar una vida de amor conjunta… y ahí
termina la historia. O sea, “y vivieron felices para siempre…”
Reforzar estos
convencionalismos, hacerlos pasar como el único destino ideal para las mujeres,
soslaya lo que tal vez debe ser una parte primordial para la plenitud de la
vida no sólo de las mujeres, sino de todos los seres humanos: tener y ejercer nuestra libertad para tomar
decisiones con autonomía para alcanzar aquello que nos haga felices
no importando qué, ni con quién o sin quien. Amando, claro, pero empezando por
nosotras.
¿No creen que ya
es tiempo de comenzar a contarles otras historias de amor a nuestras niñas?
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