Los zombis que dirigen la oposición
Alejandro Páez Varela
julio 22 de 2013
La operación contra Marcelo Ebrard, se dice en
círculos periodísticos, viene desde Los Pinos. En las últimas dos o tres
semanas, una voz influyente, que se ha reunido incluso con miembros importantes
del equipo compacto de Miguel Ángel Mancera, ha llamado o se ha reunido con
periodistas para golpear al ex Jefe de Gobierno del Distrito Federal. ¿Por qué
este ataque, por qué en estas últimas semanas? Porque Ebrard es un claro
opositor al Pacto por México; no es el único, pero es el que representa mayor
peligro: aspira a dirigir el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Por
eso, cuentan, desde Los Pinos se le golpea con todo, vía medios de
comunicación.
Nada
que extrañe, en realidad. El gobierno federal está empeñado, con todo, a que su
Pacto se mantenga y le permita, por lo menos, sacar dos o tres reformas; obvio
no le interesa la Política: está empeñado en que salgan la Fiscal y la
Energética. Hay muchos compromisos hechos por el Presidente Enrique Peña Nieto
como para que se detengan. Así que a unos les dora la píldora y a otros los
presiona para que no se venga abajo este acuerdo. Le dora la píldora a Gustavo
Madero, zombi (o muerto viviente) al frente del PAN, y a Jesús Zambrano,
también bastante maltrecho por los pésimos resultados de sus últimos meses en
el PRD.
El
gobierno federal, sin embargo, equivoca el juego. Golpea a Ebrard, quien tiene
cierta posibilidad de llegar a la dirigencia nacional y se agarra de Zambrano,
quien está de salida. Se está comprando un pleito de largo plazo si el ex
Alcalde del DF llegara al PRD, aunque deba apostar a una dirigencia agotada,
cansada, vencida.
Zambrano
se ha quedado sin el apoyo de perredistas con peso moral, como Alejandro
Encinas, para quien el acercamiento del PRD a Los Pinos significa, simplemente,
una abominación, un contrasentido, una falta de cálculo elemental. Se ha
quedado sin Manuel Camacho Solís; independientemente de quién es y a quiénes
representa, este personaje ha servido en momentos clave como bisagra entre las
distintas fracciones de la izquierda mexicana: es un articulador que sabe que
su rol es empujar, promover, reunir, cohesionar. Zambrano nunca lo tuvo, pero
ahora menos que nunca tiene el apoyo de René Bejarano; aquí sólo revisamos las
sumas y las restas: sea quien sea, con una imagen bien ganada de corrupto,
Bejarano tiene peso específico y es clave, por ejemplo, en la operación
política del Distrito Federal. Se ha quedado sin Dolores Padierna –consecuencia
de lo anterior– y hasta sin su secretario general, Alejandro Sánchez Camacho y
sin dirigentes con peso local y nacional como Hortensia Aragón Castillo.
La presidencia de Zambrano es rechazada por
infinidad de políticos con peso en los estados; apenas unos cuantos de los que
jugaron en las elecciones en 14 entidades ven con simpatía su liderazgo
mientras muchísimos –desde el norte hasta el sur– le atribuyen la apabullante
derrota del pasado proceso.
Zambrano se ha quedado sin Marcelo Ebrard, a
quien alabó y le lavó los pies cuando era Jefe de Gobierno del Distrito
Federal, y a quien escupió el día siguiente en que dejó el cargo. Y Cuauhtémoc
Cárdenas, líder moral del perredismo, no es de su agrado; ni lo invitan ni se
invitan a jugar juntos; simplemente van cada quien por su lado y ya.
Foto tomada de internet |
Zambrano cree que con Jesús Ortega –la dupla
que los bautiza como “Los Chuchos”– le es suficiente porque ha puesto sus
cartas en un nuevo personaje que, piensa, le compensará todos los anteriores:
Miguel Ángel Mancera. Pero el nuevo Jefe de Gobierno todavía no termina de
armar su propio equipo político; todavía no termina de salir del caparazón;
todavía ni siquiera se asume como perredista y todavía no deja ver sus filias,
aunque ya descubrió varias de sus fobias. Y en sus filias están las fobias de
Zambrano: Andrés Manuel López Obrador.
Zambrano, entonces, se ha quedado solo. Perdió
una elección clave –la de este verano–, cuando debía mostrar músculo porque iba
solo o con sus nuevos aliados del Partido Acción Nacional (PAN). Apenas ganó
Baja California aunque, en realidad, Francisco “Kiko” Vega es del PAN y al PAN
le dará su fidelidad. Solo es solo.
En términos de resultados, Zambrano arrastra
derrota tras derrota. Dos veces quiso ser Gobernador de Sonora y dos veces
quedó en tercer lugar. Una vez quiso ser presidente del PRD en el Distrito
Federal y fue derrotado por una prácticamente –entonces– novata: Alejandra
Barrales. Lo mismo su mancuerna, Jesús Ortega: tres veces compitió por la
presidencia nacional y las tres las perdió, con Andrés Manuel López Obrador,
Amalia García y Rosario Robles; en la cuarta le ganó Alejandro Encinas y
denunció fraude y un tribunal le dio la presidencia. Fue precandidato a Jefe de
Gobierno y la perdió con Ebrard.
¿Qué le queda a un político que las pierde
todas en las urnas? Negociar. Así han avanzado Ortega y Zambrano: negociando.
Se
entiende, entonces, por qué están en el Pacto por México: porque son
básicamente buenos negociando y malos ganando a mano pelona.
Hay que recordar su cercanía con Rafael
Aguilar Talamantes. Por lo menos Jesús Ortega lo tuvo como mentor. Talamantes
vivió negociando con el Estado y con el PRI (en episodios vergonzosos, los más
notorios con Carlos Salinas de Gortari) hasta que exprimió los partidos que fue
dirigiendo y se quedó en la calle.
Si
Zambrano se mantiene en el PRD, lo saben muchos y otros lo están viviendo, el
partido se irá exprimiendo, agotando, desmoralizando y desmembrando. Pero él,
Zambrano, y Ortega, su pareja de fórmula, aparecerán en todas las fotos,
sentados en los banquetes, con la mesa puesta y los trajes planchados por las
caricias del poder. Eso lo saben hacer muy bien. Está en sus biografías.
A Peña Nieto le conviene, entonces, que le
aguante Zambrano un rato más; mata dos pájaros de un tiro: debilita al PRD y
logra sus reformas. Y eso pasa por golpear a Ebrard. Por eso lo están haciendo.
Lo que menos le conviene a México es una
izquierda débil y entreguista, como la que representan “Los Chuchos”. O derecha
una débil, como la de Madero. Le conviene una oposición firme, que se plante y
diga no al PRI, con todas sus letras.
La presidencia del PRD agoniza; la pregunta
es: ¿se levantará el muerto?
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