La Candelaria y sus asegunes... (una voz de los que saben)
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de Pop Utxo (Mono Blanco)
A mi paso por
la ciudad de México el sábado 4 de febrero, regreso a casa, compré La Jornada
de ese día. Cuál fue mi sorpresa al encontrar en la página 34 un artículo
intitulado: Fiesta de la Candelaria: inversión con proyección social, con este
comienzo: “Al recibir aproximadamente 50 mil turistas en sus primeros tres
días, la fiesta de la Candelaria ha rebasado toda expectativa…” Se trata de un
juicio curioso e inesperado, en el sentido de que los comentarios principales durante
esos mismos tres días era más bien en cuanto a la sorprendente ausencia de
gente. Lo de “inversión” nos remite al asunto de los 25 millones de pesos en
billetes, tenga o no relación directa con las expectativas de la administración
pública en cuanto al buen uso de los dineros públicos. La “proyección social”,
en cuanto a nosotros se refiere, al parecer, ayudó a financiar el XXXIII
Encuentro de Jaraneros, y la producción de los CD nuevos de los Cojolites (muy
bien grabado, pero un tanto estridente en su tono para mi gusto) y a Patricio
Hidalgo (no me tocó ejemplar, pero a él lo escuché cantar en la Casa de la
Cultura y nunca ha estado mejor), y suponemos que su alojamiento también.
Hace tres años, el día primero de febrero, día de los toros, la cola para pagar el peaje del puente llegaba hasta la caseta del de Alvarado, y no había en el pueblo espacio libre para colocar un solo vehículo más. Este año nada de eso, ni era necesario usar los estacionamientos que han brotado por todos lados (lotes donde se han caído las casas). En ninguno de los 33 años del Encuentro de Jaraneros había presenciado tan poca afluencia de público en la Plaza de doña Martha, no observé el brote de la pequeña ciudad de tiendas de campañas por la zona de San Miguelito. Se reporta que un vendedor de puros a un lado de la Casa de la Cultura logró vender un solo cilindro fumable en los tres días. En los eventos culturales en el patio de dicha Casa se observaba atento público para las presentaciones, pero sin la cantidad de otros años; los mismos fandangos de Luz de Noche, capitaneados por don Andrés Vega, se dieron bien (tocados, en su mayoría, por juventud —los nietos y tataranietos de los jarochos originales— procedentes del Sotavento clásico: caras con reminiscencias españolas, negras, nahuas y popolucas, uno que otro oriental: los mismos de siempre, pero modernos, todos con celular), pero en ningún momento ahí hubiera sido posible ese coro de cientos de voces, con jaranas, guitarras y panderos, de hace dos años, cantando “¡Ay, valedor!”, mientras la potente voz de la doña Híkuri pregonara.
La naturaleza de la fiesta ha cambiado. Nótese el asunto de los “50 mil turistas”: si la fiesta siempre ha sido para los tlacotalpeños, sus familias y amistades; es una fiesta religiosa que nada tiene que ver con el “turismo”.
Pues la sociedad misma ha cambiado: antes no existía el regimiento escolar ni laboral, y la población ranchera llegaba en lanchas. Este año la fiesta cayó entre semana: los jefes de familia estarían trabajando, y la chaviza en sus clases. Y luego, corre por las venas económicas del país, y de todo Occidente, una nueva e inmensa crisis: por donde se mire los pagos están retrasados: nadie tiene dinero. Por último, la nunca antes vista presencia masiva de “seguridad pública”, con perros y los dedos índices de los hombres vestidos de negro puestos en los gatillos de las ametralladores; esto habla de “algo”, algo relacionado con el miedo.
No sorprende que el Estado miente y que ante un mal cálculo se celebre un éxito —con más razón si nadie acudió para constatar— pero sí me sorprende descubrir a La Jornada —que por cierto este año no envió reportero alguno— tragando el engaño como si el país no sólo anduviera bien, sino mejor que nunca.
—Juan Pascoe
Hace tres años, el día primero de febrero, día de los toros, la cola para pagar el peaje del puente llegaba hasta la caseta del de Alvarado, y no había en el pueblo espacio libre para colocar un solo vehículo más. Este año nada de eso, ni era necesario usar los estacionamientos que han brotado por todos lados (lotes donde se han caído las casas). En ninguno de los 33 años del Encuentro de Jaraneros había presenciado tan poca afluencia de público en la Plaza de doña Martha, no observé el brote de la pequeña ciudad de tiendas de campañas por la zona de San Miguelito. Se reporta que un vendedor de puros a un lado de la Casa de la Cultura logró vender un solo cilindro fumable en los tres días. En los eventos culturales en el patio de dicha Casa se observaba atento público para las presentaciones, pero sin la cantidad de otros años; los mismos fandangos de Luz de Noche, capitaneados por don Andrés Vega, se dieron bien (tocados, en su mayoría, por juventud —los nietos y tataranietos de los jarochos originales— procedentes del Sotavento clásico: caras con reminiscencias españolas, negras, nahuas y popolucas, uno que otro oriental: los mismos de siempre, pero modernos, todos con celular), pero en ningún momento ahí hubiera sido posible ese coro de cientos de voces, con jaranas, guitarras y panderos, de hace dos años, cantando “¡Ay, valedor!”, mientras la potente voz de la doña Híkuri pregonara.
La naturaleza de la fiesta ha cambiado. Nótese el asunto de los “50 mil turistas”: si la fiesta siempre ha sido para los tlacotalpeños, sus familias y amistades; es una fiesta religiosa que nada tiene que ver con el “turismo”.
Pues la sociedad misma ha cambiado: antes no existía el regimiento escolar ni laboral, y la población ranchera llegaba en lanchas. Este año la fiesta cayó entre semana: los jefes de familia estarían trabajando, y la chaviza en sus clases. Y luego, corre por las venas económicas del país, y de todo Occidente, una nueva e inmensa crisis: por donde se mire los pagos están retrasados: nadie tiene dinero. Por último, la nunca antes vista presencia masiva de “seguridad pública”, con perros y los dedos índices de los hombres vestidos de negro puestos en los gatillos de las ametralladores; esto habla de “algo”, algo relacionado con el miedo.
No sorprende que el Estado miente y que ante un mal cálculo se celebre un éxito —con más razón si nadie acudió para constatar— pero sí me sorprende descubrir a La Jornada —que por cierto este año no envió reportero alguno— tragando el engaño como si el país no sólo anduviera bien, sino mejor que nunca.
—Juan Pascoe
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