Del halago a la grosería. Acoso sexual en las calles
(Tomado de Kaja Negra)
Aline Márquez
‘Mamacita’, ‘sabrosa’. ‘Yo si te la...’, ‘si tus nalgas fueran...’
Cruzas la calle, afuera del Metro, mientras caminas por la banqueta. Un piropo,
un halago, pero hay quienes se pasan de la raya; te incomoda, no te gusta, es
más, te resulta muy desagradable. Es el día a día, no sólo en las calles de
México. Puede ser algo natural, al menos así lo percibe gran parte de las
personas, pero ¿debe de ser tolerable?
El acoso sexual es nombrado en las leyes y tratados internacionales de
derechos humanos como un tipo de violencia hacia la mujer, misma que se ejerce
como una manifestación de las relaciones de poder históricamente dispares entre
hombres y mujeres. Aunque hay quienes critican la postura en cuanto a los
silbidos y ‘piropos’ [asunto que se abordará más adelante], la realidad es que
mujeres, y también hombres, no están conformes.
Erradicar el acoso en las calles es una tarea larga, por ejemplo, el
Gobierno del Distrito Federal implementó en 2007 el programa Viajemos
Seguras para reducir el acoso a bordo del transporte público; como
parte del mismo se pusieron en funcionamiento Módulos de Atención y Denuncia
sobre Casos de Abuso Sexual en el Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro,
pero éste, de acuerdo a estimaciones del Inmujeres-DF y del estudio Observatorio
de Violencia Social, Género y Juventud, no ha sido suficiente pues los
abusos no ceden. Según las autoridades, en promedio se cometen al mes 25
abusos sexuales contra mujeres que viajan en el STC.
¿Y qué ocurre fuera del transporte público? ¿En la plaza, en la parada del camión, al caminar
por la calles? Para estas situaciones, donde el acoso es más difícil de
denunciar, surgió el movimiento Hollaback!, que hoy se ha expandido
alrededor del mundo, el fin es sólo uno: erradicar el acoso en las calles. ¿Tú
qué haces al respecto?
Sobre Hollaback!
El movimiento Hollaback aparece
precisamente por lo difícil que resulta actuar contra el abuso en las calles.
Se trata de un grupo que inició su campaña en Estados Unidos, ha sido impulsado
por activistas locales en, a la fecha, 45 ciudades, 16 países, y en 9 idiomas
diferentes, según consigna su página web.
A través de las redes sociales y de su propia página web, ahora las
mujeres cuentan con un medio para levantar la voz y denunciar, aunque no propiamente
ante la ley. Ahí se cuentan las historias de 'acoso callejero' y además se
realiza un mapeo para incluir los lugares donde ocurren los abusos. ¿Cuál es
la importancia de un movimiento así? Para dimensionarlo basta ver las
cifras sobre acoso en espacios públicos, incluyendo el transporte. Según
estadísticas
publicadas en la página Stop Streer Harassment el 95% de las
mujeres han sufrido desde miradas, palabras, hasta manoseos. De acuerdo con
este mismo sitio, el acoso callejero incluye una o varias de las siguientes
situaciones: Miradas lascivas, silbidos, bocinazos, besos
tronados; o más insultantes como: señas o gestos vulgares, comentarios
sexuales, acecho, masturbación en público y contacto sexual.
En Hollaback AtréveteDF,
explica su directora, Gabriela Amancaya, los casos más compartidos
corresponden a abuso verbal y miradas lascivas, seguido por tocamientos. Lo
mismo responden en Hollaback Atrévete Bogotá; Marcela Gómez, María Lujan
Tubio y Nathalie Murcia, quienes mantienen el sitio web de esa ciudad, y
explican que el “acoso verbal”, el de los piropos, “es el más naturalizado y es
común que si te quejas de esta clase de acoso seas menospreciada por muchas
personas”.
El movimiento en DF surge en abril de 2011, y durante estos meses han
tenido un total de 60 historias compartidas, entre las que se incluye
hostigamientos a personas de la comunidad LGBT. En Bogotá se organizaron el
pasado noviembre. En ambos se mantienen los sitios web y las redes sociales con
voluntarios. Desde Atrévete Bogotá cuentan que si necesitan recursos los
obtienen de ellas mismas o “de quienes nos quieran colaborar (padres, amigos,
hermanos, esposos, etc)”.
Desentrañando
el piropo
Es casi media noche y tres mujeres caminan por la calle. Están cerca de
una tienda de autoservicio. En ese momento se percatan de la presencia de tres
hombres, las miran. Ellas sienten las miradas, las incomodan. Una decide
mostrar el enfado en su rostro, creyendo que cuando menos puede avergonzar a
los sujetos. Ocurre todo lo contrario, ellos se carcajean. No hay nadie más
alrededor, a la mujer y sus acompañantes no les queda más que alejarse del
lugar y llevarse con ellas el miedo, el coraje y la impotencia; además de
sentirse humilladas. Historia compartida en AtréveteDF.
Están quienes argumentan en contra de lo que han llamado “una
exageración del acoso”, al considerar los chiflidos o las miradas como algo
ofensivo para la mujer. Pero empecemos por desentrañar lo que es el piropo con
una reflexión de Jules Régis Debray, filósofo y escritor francés, quien dice
que el “piropo supone que el piropeador no aspira a retener a esa mujer y, si
hay allí un mensaje erótico, hay al mismo tiempo un desinterés profundo que
hace del piropo una actividad estética”, por esta razón; Régis afirma que el
piropo es ejemplar de la función no sólo del lenguaje, sino también de la relación
entre los sexos.
Desde la perspectiva de Régis, el piropo implica una infracción, supone
romper con las normas de la decencia, pero tiene el objetivo de provocar la
sonrisa en quien lo recibe. Así se hace la separación entre lo que sería un
piropo y una grosería, donde el límite se traspasa cuando la otra parte lo
sanciona.
El piropo puede ser un halago, tiene algo de ingenio e incluso puede
tener referentes poéticos. ¿Será entonces que se mal entiende? Para esto
también está lo nombrado como “antipiropo”; justo en la investigación El antipiropo: el lado oculto de la cortesía verbal,
se llegó a la conclusión que no hay un estereotipo físico-social para el
‘piropeador’, además que en efecto, tanto en piropo como en antipiropo, el
hombre [o emisor] obtiene un poder anónimo y efímero. En este mismo estudio se
menciona que el piropo es una “invasión a la intimidad y una agresión a la
imagen de la destinataria”.
Aunque hay hombres que [por esto no se afirma que el acoso siempre
provenga de ellos], como cuentan en Atrévete Bogotá,
están más abiertos al cambio, en general los jóvenes, también están los más
maduros quienes “se resisten a aceptar que un piropo es una intervención en el
espacio privado de otra persona. Todavía es muy común que algunos hombres crean
que el piropo es un derecho que la Constitución Nacional les otorga bajo el
principio de la libre expresión y por ello nos acusan de intolerantes a quienes
los rechazamos”.
Así el debate llega hasta el filósofo francés Gilles Lipovetsky, autor
de La tercera mujer, quien dice que al incluirse los silbidos y miradas
constantes como acoso sexual se ha llegado a versiones exageradas que “sólo
sirven para reincorporar el estereotipo de la mujer como víctima natural
del hombre y esterilizan el entorno intersexual”.
Lo cierto es que no a todas las mujeres les agradan los chiflidos o las
expresiones de ‘mamacita’, y hay las que experimentan distintos sentimientos al
hacerse acreedoras a una agresión del tipo. Aún existen malentendidos y
discrepancias, pues “los piropos son tan cotidianos, que no se toma conciencia
de la magnitud”, explicó Araceli Vázquez Alarcón, subdirectora de prevención y
atención de la violencia contra las mujeres del Instituto Nacional de las
Mujeres, durante una participación en el programa de radio Zona Libre
(IMER), “crean incomodidad, no agradan... ya estamos hablando de que es un
grado de violencia. ¿Por qué? Porque está afectando mis sentimientos, mis
emociones, mi dignidad, mi forma de sentir”.
¿Cómo reaccionar ante los piropos, los chiflidos, las miradas?, es una constante que a la
mujer se le diga que por su forma de vestir o actuar es quien propicia todo.
Aquí es cuando Gabriela Amancaya expresa que lo importante no es recomendar
cómo evitar ser víctima del delito, sino enfocarse en las personas que lo
permiten y perpetúan, “el abuso sexual nunca es culpa de quien lo sobrevive,
es culpa de quien abusa. Las justificaciones cobardes para el abuso sobre la
vestimenta, comportamiento de alguien... etc., nos dañan, permitiendo que
quienes realmente tienen la culpa lo sigan haciendo”, dice.
Un caso que gracias a las redes sociales, en específico Twitter, tuvo la
atención por parte de las autoridades del DF fue el de Nancy Pastelín quien al
acudir al Ministerio Público a levantar una denuncia por acoso expresó ante los
medios “fui tratada como si yo tuviera la culpa”. Gabriela Amancaya pone éste
como ejemplo de lo que se puede lograr con un movimiento como Hollaback
donde personas que acuden a las autoridades y no quedan satisfechas pueden
tener un medio alternativo para ser escuchadas, “la idea de AtréveteDF es proporcionar
un espacio más para ese fin y crear redes de solidaridad para saber que no
estamos solas, que hay formas de cambiar nuestra realidad”, abunda.
¿Cambiar la forma de vestir ayuda? Para esto puede haber respuestas variadas, pero
¿esto debe ser regla general? ¿Por qué una mujer no puede vestir como se le dé
la gana? Ese fue el tema central de la llamada ‘Marcha de las Putas’, donde una
de las consignas era: “Me vista como me vista. No es no”. En este sentido
explica la sociologa Patricia Gaytán en Del piropo al desencanto. Un estudio
sociológico, “si una mujer modifica su forma de vestir al ir a trabajar
tomando en cuenta que prefiere evitar de ese modo el ser acosada, no sólo su
imagen corporal se ve afecta por sus interaciones en la calle, su
autoconfianza sufre un deterioro también”.
Para esto de ‘la mujer provocativa’, en Atrévete Bogotá ponen un
ejemplo: “vestirse en forma provocativa lleva a la violación como llevar
joyas en un barrio peligroso lleva a un robo. La diferencia, es que cuando la
policía atrapa al ladrón, éste no puede salirse con la suya explicando que lo
estaban provocando al pasear con joyas tan bonitas al aire. Muchos hombres sí
se han salido con la suya al tildar a las mujeres de provocativas”.
¿Y cómo denunciar una mirada o un comentario a media voz? Gabriela explica que sí, quizá
la ley en DF es un tanto ambigüa y resulta difícil denunciar este tipo de
situaciones, pero considera que lo importante está en capacitar al personal
que recibe las denuncias, va más allá y expresa: “tenemos que fomentar la
cultura del respeto y de la intervención ante tales situaciones como ciudadanas
y ciudadanos”.
En el caso de Atrévete Bogotá, informan que se pretende, más allá
de las leyes, llegar a una “sociedad justa y respetuosa”, donde se pueda salir
a la calle a la hora que se quiera, “vistiendo como se nos antoje, transitando
por los lugares que prefiramos sin tener miedo de ser violentadas, sociedad
que por supuesto no es Bogotá, pero a la que queremos llegar”.
Lo cual ven, sí, como una tarea complicada, “sobre todo porque nuestra
sociedad [la colombiana] todavía es bastante machista. Esto incluye tanto a
hombres como mujeres, pues hemos encontrado muchas mujeres que se oponen a
nuestro movimiento”. Por su parte, Gabriela ve en el DF el obstáculo a derribar
en “reconocer que el acoso es violencia, muchas y muchos de nosotros no lo
hemos considerado, ese es el primer paso”.
Más allá
del piropo: el manoseo, la nalgada
Espera, como todas las mañanas, el transporte que la llevará a la
universidad. Son las 5:00 AM. La calle aún no tiene reflejos de luz. Un hombre,
parece joven de unos 17 años, está a unos metros de ella. No le intimida hasta
que él se aproxima más y pregunta la hora. La respuesta inmediata —No tengo
reloj— mientras se voltea, pensando que éste se alejará. Inmediatamente el
joven pone una mano sobre un glúteo y la otra en el seno y aprieta. —¿Qué te
pasa?, estúpido— grita ella y él corre. Esta mujer se queda sola con su miedo y
su indignación, además de la vergüenza de contarle a alguien. Historia
compartida en AtréveteDF.
El acoso sexual tanto en el trabajo como en cualquier otro lugar es
considerado dentro de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y
Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belém do Pará) lo mismo que en la
Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En México,
una de las ciudades más avanzadas en cuanto a la inclusión de este delito en el
Código Penal, es el DF, así lo explicó Vázquez Alarcón, “el acoso y el
hostigamiento son formas de violencia y en el Distrito Federal sí está muy
claro, pero no es en todas las entidades federativas”.
Chiflidos, palabras grotescas, miradas; las mujeres ya acostumbradas,
incluso como menciona Gabriela, se puede reconocer que “estamos condicionadas a
vivir con las miradas y los comentarios (y hasta tocamientos) cotidianamente”.
Aquí entra la siguiente fase, cuando alguien accede a tu cuerpo sin
consentimiento; en este sentido sí hay más uniformidad en el rechazo a las
acciones de manoseo.
La realidad no es muy distinta en el DF y en Bogotá. En ésta última,
según la Encuesta Distrital de Demografía y
Salud del 2011, del total de mujeres que aseguraron "haber
sido tocadas o manoseadas sin su consentimiento", el manoseo ocurrió en la
calle en un 39%.
Las diferencias en ambas ciudades latinoamericanas radican en que el DF
cuenta con una ley que también sanciona las miradas y los comentarios sexuales,
mientras desde Atrévete Bogotá cuentan que en Colombia “el acoso callejero como
tal no tiene ningún tipo de regulación ni está tipificado en el Código
Penal como delito”. Los tocamientos sí están sancionados en ambas ciudades.
En efecto no existe uniformidad en cuanto a la explicación de lo que en
leyes mexicanas se nombra ‘hostigamiento y acoso sexual’. De ahí que en el Protocolo de Intervención para
casos de hostigamiento y acoso sexual del Instituto Nacional de las Mujeres
(INMUJERES), se mencione que existen diversas aproximaciones teóricas, desde
motivos puramente sexuales relacionados con los impulsos naturales de los
hombres, hasta los de tipo socio-cultural donde a los varones se les permite
el acercamiento sexual hacia las mujeres.
Cierto es que ante el acoso surge ira, temor, coraje, vergüenza,
humillación, indignación... [agrega aquí lo que hayas sentido]. Sentimientos
que, explica Patricia Gaytán, “exponen la condición de género que se vive en la
realidad mexicana, en donde la mayoría de las veces el acoso sexual en
lugares públicos termina invisibilizado debido a que la mujer regularmente
no confronta al acosador para detener el acoso, ya que teme el paso de un acto
verbal al hecho”.
Todo lo que implica el acoso, incluyendo los comentarios con referencias
sexuales, explica Gaytán, genera un entorno social hostil y tienen
consecuencias negativas para quien las recibe. Implican un desequilibrio en
las relaciones de poder entre los individuos. ¿Entonces qué pasa con la
conquista, el galanteo? Atrévete Bogotá cuenta que es ahí donde
surge que todo se vea como normal y se naturalice, si al final se trata de la
relación entre los sexos, “pero nosotras vemos estos comportamientos como
ajenos a la conquista, pues si un hombre grita o chifla desde otra esquina,
“lo hace porque no respeta nuestro derecho al espacio privado y a la
intimidad”.
Quizá están los piropos que exaltan la belleza en una persona [aquí
pregúntate qué tanto es cierto], pero también están aquellos que sólo destacan
una parte del cuerpo femenino, que objetivan, y en este sentido afirma Régis
“debemos admitir que la sexualidad humana es fundamentalmente perversa”.
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