Desde el Brasil de Lula (Jorge Fernández Menéndez )
ILHA DE COMANDATUBA, Brasil.— Participar en el encuentro de padres e hijos, que se realiza este año en esta bella isla al sur de la ciudad de Bahía, es un privilegio y una forma de entender y comprender mucho mejor América Latina, lo que está sucediendo en Brasil y, obviamente, lo que tenemos, lo que hacemos y lo que podríamos hacer en México.
El encuentro de padres e hijos empezó hace nueve años, cuando varios empresarios de la región, entonces impulsados por Carlos Slim, Eike Batista y Gustavo Cisneros, decidieron realizar anualmente un encuentro en el cual pudieran conocerse mucho más, pudieran establecer relaciones de negocios y, además, involucrar en sus encuentros a sus hijos y demás familiares. Han pasado los años, el encuentro ha crecido y en muchas ocasiones son ya los hijos los que llevan los negocios que paulatinamente han dejado sus padres. Este año se realiza en Brasil y nos tocará hablar sobre temas de seguridad en México.
Pero lo importante, en todo caso, es ver aquí, en Brasil, a todos los empresarios locales, sin excepción, hablando de cómo están creciendo, de su convicción en el futuro de su país, de sus proyectos de largo plazo, destacar lo que han hecho en el ámbito de la energía y los recursos que les ha generado, destacar cómo han crecido en términos de industria aeronáutica, pero ahora también marítima: cómo, con apoyo del Estado, pero con la inversión de los empresarios, han construido aviones para exportar, han comenzado a hacer barcos, en general estrechamente ligados con la industria energética, que ha llevado al principal empresario del país, Eike Batista, a decir que podrían construir un trasatlántico llamado Lula.
Y es que Luiz Inácio Lula da Silva sigue siendo un presidente convertido en ícono. Y escuchándolo hablar, hace unas horas, se comprende plenamente ese entusiasmo. Lula hace mucho que no habla de lucha de clases: su discurso es de unidad, de complementación, de generar riqueza. Una de las características más evidentes de la diferencia del discurso de Lula con el de otros dirigentes provenientes de la izquierda (o que se dicen provenientes de ella aunque, a diferencia del propio Lula, nunca militaron realmente en ella) es que no habla de la lucha contra la pobreza como un fin en sí mismo. Lula dice que los ricos deben seguir siendo tan ricos o más que ahora para que puedan continuar invirtiendo, pero que los pobres deben ser mucho menos que ahora y que eso es lo que le ha permitido llevar unos 30 millones de brasileños a la clase media. El tema no es la lucha contra la pobreza en sí sino la lucha contra la desigualdad: la sociedad es más igualitaria con base en la generación de riqueza, no en la redistribución de la pobreza, y eso es lo que ha transformado en muy buena medida a este país, y ha generado expectativas que no me había tocado ver en ninguna de nuestras naciones en muchos años.
Ayer decía Lula que uno de sus grandes motivos de orgullo era que no había sido Slim ni Batista ni Cisneros ni Bill Gates el que había hecho la mayor colocación bursátil de la historia, la había hecho él, que hace unos pocos años era un dirigente sindical metalúrgico y había terminado como presidente de Brasil, y que no lo había hecho en la Bolsa de Nueva York ni en Chicago ni en Londres, sino en la Bolsa de Sao Paulo, cuando colocó en ésta, poco antes de terminar su presidencia, 70 mil millones de dólares de acciones de Petrobras, la empresa petrolera estatal, en apenas unas horas y consiguió una capitalización extraordinaria para la empresa petrolera estatal y para el país, recursos que se han canalizado precisamente en infraestructura, generación de empleos y programas sociales.
Pero hay otro secreto que es público y que ayer mismo Lula, cuando ya ha dejado hace varios meses el poder, pero sigue gozando de peso y sobre todo de enorme legitimidad entre los empresarios del país, explicaba: un presidente no puede tener ideología, tiene que resolver las necesidades del país. Recordaba que cuando llegó al poder muchos empresarios tenían miedo de lo que él pudiera ser y confesaba que él mismo tenía miedo de muchos empresarios. Pero que se dedicó a sentarse, escuchar, hablar y llegar a acuerdos que fueran necesarios para el país, olvidándose, a la hora de buscar soluciones, de la ideología que estuviera detrás.
Se dirá que se trata de una cuestión de expectativas y es verdad, pero también, y en muy buena medida, de resultados, de política, de tener absoluta claridad de dónde se parte para saber hacia dónde llegar. Y de pensar, desde México, que, cuando se hace la comparación de las oportunidades que tenemos en México respecto a las que hoy enorgullecen a Brasil, no sólo no estamos lejos de ellas, sino que incluso podemos superarlas. Lo que lo impide es la política, el sistema, una clase dirigente que sigue pensando, día con día, en la próxima elección, aunque sea estrictamente local, y casi nunca en la próxima generación.
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