III: la clave de Tlatelolco (Luis González de Alba)


      2010-10-25
2 de octubre. Instalamos el sonido en el tercer piso del edificio Chihuahua, frente a la plaza, que no se llenó. Supimos que el Ejército había rodeado Tlatelolco, que había hombres al pie del edificio, sospechosos porque iban en ropa civil, pero el corte de pelo era militar. Además, traían un guante blanco. En ese tercer piso estábamos Pablo Gómez, Gilberto Guevara, Anselmo Muñoz, Sócrates, El Búho Valle, Osuna, Vega (orador) y muchos otros. También reporteros, fotógrafos, prensa extranjera y mirones colados.
Hubo gritos en las escaleras. A mi lado, un desconocido comenzó a disparar con pistola sobre la plaza, al azar y sin protegerse, le vi un guante blanco. Guevara, Valle, Muñoz y otros, al tratar de escapar, subieron. En el quinto piso se refugiaron en un departamento. Yo no subí, distraído por los movimientos de la multitud: venía, frenaba, regresaba… De pronto estuve solo en el barandal. Un grito me ordenó ponerme contra la pared con las manos en alto. El fuego arreció y los del guante dejaron de disparar. Comenzaron a reunirse en grupos arrastrándose con los codos.
Entonces hicieron algo muy extraño: gritar “¡Batallón Olimpia, no disparen!”, una y otra vez. Con la balacera, apenas si los oíamos quienes estábamos junto a ellos, así que decidieron contar del 1 al 3 para gritar al unísono. El fuego del Ejército arreció. Cambiaron el grito, hacia las escaleras, por el de una camilla para un herido.
1. La clave. ¿Por qué le doy tanta importancia al hecho? Porque los vi entrar en pánico, gritar junto a mí “Batallón Olimpia” y suplicar “¡No disparen!”. Y esos dos elementos demuestran que: a) Era una columna militar sin uniforme y, aún más significativo, b) No esperaban respuesta del Ejército regular. Esto es, se suponían parte de una operación coordinada. Por eso comenzaron a disparar sin protegerse y tardaron mucho en admitir que la respuesta del Ejército no era por error.
¿Cómo comprobamos que eran militares? Porque el Ejército hirió a varios, en el Hospital Militar debieron presentar declaración ante el MP, y soltaron todo: uno era el teniente Sergio Alejandro Aguilar Lucero, pertenecía al Batallón Olimpia, integrado para resguardar las instalaciones deportivas en las ya próximas olimpiadas, iba al mando el comandante Ernesto Gómez Tagle, y se le había ordenado ir de civil, usar un guante blanco para identificarse, rodear con los demás el Chihuahua y, a una señal convenida, subir para aprehender a los líderes y disparar “al aire”. Nuestros abogados encontraron las actas y las publicamos en 1970, todavía presos.
Otros informes del propio Ejército mencionan francotiradores en ventanas y azoteas que atacaron al Ejército sin confusión alguna: a eso iban. No fue así con el Olimpia, este batallón se sorprendió primero, luego entró en pánico ante la respuesta del Ejército regular. No había operación coordinada, sino provocación simple. Por eso digo que el grito: ¡No disparen! es la clave de Tlatelolco: fueron enviados a provocar la respuesta del Ejército y no lo sabían. No les dieron ni un radio de campaña siquiera.
2. La contaminación. En los primeros meses de cárcel, no hacíamos otra cosa que contarnos los hechos como los habíamos vivido: repetitivos hasta la saciedad: Raúl Álvarez era el único que había estado sobre la plaza y por eso el que oyó a la gente gritar: ¡El consejo, el consejo! Yo nomás la vi correr hacia el Chihuahua porque el Ejército ya estaba sobre el fondo de la plaza, que da a Insurgentes; pero luego ya todos habíamos oído eso. Creamos una “memoria colectiva” durante los cafés de la tarde, y así, cuando a principios de 1970 llegó con su grabadora Elena Poniatowska a entrevistarnos, todos le contamos, de buena fe, lo que había ocurrido… según ese relato coral. Y así las primeras ediciones de su crónica traían a Gamundi que, encerrado en un departamento “vio” los remolinos de gente. Y todos “oyeron” a los del guante blanco gritar al Ejército: ¡No disparen! ¡Batallón Olimpia!... encerrados en un departamento del quinto piso y por encima de la metralla.
3. El mazacote. Actuamos de buena fe, pero si un fiscal exigiera una reconstrucción de hechos, quedaríamos muy mal: No estuve, pero me dijeron; no oí, pero otro me dijo… Así que no es un asunto de derechos de autor, sino de responsabilidad. Y las memorias colectivas son una fantasía de presos sin quehacer. Estamos viejos y hemos hecho un mazacote. Lo debemos asear.
Revisión amplia: Los días y los años (1971), Otros días, otros años (2008).

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