Don Juan, proveedor de comida prehispánicadurante cincuenta años en el centro de Xalapa
Por Lorenzo Franco Aranda
Entresacando de sus recuerdos -con la misma habilidad que lo hace al despachar sus aromáticos tamales calientitos, listos para degustarse con café, atole o chocolate- surgen las chispeantes anécdotas de Juan Espinoza Enríquez, don Juan para la clientela.
Ala evocar su lejana juventud, don Juan recuerda cuando se inició aquí como empleado vendedor de los tamales de una señora egoísta, “que no compartía ni con sus sobrinos los secretos de los ingredientes, las medidas, las formas de prepararlos, envolverlos y cocerlos.
Testigo presencial de los cambios en el centro xalapeño
Desde su estratégica esquina de Zamora y Primo Verdad, don Juan ha estado viendo pasar el tiempo -como la madrileña Puerta de Alcalá- desde principios de la década de 1960, cuando llegó adolescente de su natal Altotonga.
“En esa época Xalapa todavía tenía aire provinciano, con poca iluminación en el centro y deficiente alumbrado público en los alrededores, que entonces no llegaban muy lejos.
“Ya existían los pasajes comerciales Tanos y Enríquez, con sus respectivos cafés Emir y Escorial. En la calle Enríquez sólo había tres zapaterías, el café de chinos, la oficina del Express de Ferrocarriles, la tienda Singer, la relojería Cantú, Foto Frutis y la farmacia Rex, un poco más chica.
“En esos años, en la calle Carrillo Puerto no había ningún otro comercio, eran antiguas casas y algunos baldíos. Ahí estaba el expendio de tamales y atole donde empecé a trabajar, donde hoy está un local de café molido Bola de Oro.
“Yo era muy acomedido, pero la patrona muy abusadora. Comenzaba a ayudarle en su casa desde las siete de la mañana y terminaba despachando tamales y atole hasta las once de la noche.
“En aquella época todavía estaban en el centro, algunas dentro de Palacio de Gobierno, oficinas públicas como la Tesorería del Estado, la Legislatura, Seguridad Pública, el reclusorio regional, Educación Popular, la Secretaría de Salud, Comunicaciones, Pensiones del Estado y otras.
“También estaba la Escuela Normal Veracruzana en donde ahora funcional la primaria Rebramen, por lo que con tantos empleados concentrados en el centro era buena la venta de tamales y atole por las tardes-noche de Xalapa, con un clima más húmedo y frío que ahora.
Don Juan, enemigo de las injusticias
Como aquel personaje “Juan Derecho” -que interpretaban en la televisión los comediantes Chucho Salinas y Héctor lechuga, el primero vestido como charro negro con un pequeño látigo en la mano que solía castigar a políticos corruptos y burócratas indolentes representados por Lechuga, quien suplicante le decía: “No, no, Juan, chicotito no”- don Juan Espinoza Enríquez es enemigo de las injusticias y aquí relata esta anécdota:
“Una noche, cuando la tamalería estaba llena, apenas me daba yo abasto para atender a tanta clientela y todavía así, la dueña me llamó la atención porque sentía que estaba lento.
“Entonces, un abogado que esta entre los clientes le dijo a la señora que en vez de regañarme, mejor se pusiera a ayudarme, ya que ella sólo estaba sentada cobrando”.
Luego, don Juan nos contó que en otra ocasión, varios años después, fue con su esposa a comprar una vajilla fina de loza en la tienda del papá de Ricardo Ahued Bardahuil, que estaba en la esquina de Juárez y Revolución.
“Por alguna razón, el señor se disgustó con el muchacho y sin más, le pegó con un palo en la espalda y ya iba por el segundo garrotazo cuando lo contuve y le dije que así no se corregía a los hijos, porque como padre se veía injusto y ridículo.
“El señor me entendió y tras pagar los 500 pesos (de entonces) por la vajilla, ya íbamos por la calle Clavijero cuando me dí cuenta que en su nerviosismo, el joven Ricardo me había dado, como cambio del billete de mil pesos con el que pagué, 1,500 pesos o sea, que me estaba dando mil pesos más.
“Nos regresamos a la locería y le entregué al señor Ahued la diferencia en el cambio y me dijo que ante esta muestra de mi honradez, con gusto me obsequiaba la vajilla y me regresó mis 500 pesos”.
En otra ocasión, tiempo después don Juan y su esposa viajaron en un carro de su propiedad hasta Tampico donde trabajaba su hijo mayor, ya titulado como abogado.
“Vivía con su compañera en unos departamentos amueblados que rentaba una señora en Ciudad Madero, pero no les había dado ni estufa ni refrigerador, pretextando mil cosas.
“Entonces, le dije que no era justo que les cobrara tan alta renta, porque allá son muy caros los alquileres y que no les hubiera ni la estufa ni el refrigerador, tan necesario en esa región muy calurosa.
“Tras convencer a la casera, junto con mi esposa y el chofer que llevábamos fuimos con ella a una mueblería a comprar la estufa y el refrigerador. De regreso, hasta su esposo me felicitó por haberla hecho comprender su error”.
Descentralizar oficinas, malo para los negocios
En otra parte de la amena narración de sus vivencias, don Juan insiste que el haber sacado a varias dependencias públicas del centro fue malo para los negocios de venta de comida o antojitos.
“Aquì en la calle de Zamora, casi frente al cine Radio estaba la lonchería “El Ixtacamastiteco”, pero ante la baja de su clientela se tuvieron que ir hasta la avenida Xalapa, pero no es lo mismo.
“Yo les pregunté alguna vez que cómo les iba y me dijeron: De la puta madre…
“Y es que al irse para las orillas casi todas las dependencias de gobierno y hasta la Escuela Normal Veracruzana, las ventas bajaron y nos afectaron a todos.
“Yo me he sostenido porque no pago local o ayudantes. Aquí estoy de martes a domingo, de las 7 a las 11 de la noche, bajo la luz de mi foco donde ya la clientela me ubica, sea que vengan caminando o pasen en sus carros.
“Cuando se inauguró el restaurante Vips de aquí junto, me invitaron a que me acercara y hasta me pusieron un reflector; pero era tanto el calor, que sentía que me estaba quemando y les dí las gracias. Prefiero mi esquinita.
“Hace muchos años, la que fue mi patrona me propuso traspasarme su tamalería de Carrillo Puerto, pero le dije que no porque los gastos iban a ser mayores.
“Y por eso sigo aquí. Antes traíamos las tamaleras en un diablo, pero ahora he contratado un taxi que me trae las latas y después viene por mí de regreso a casa.
El recuerdo de gobernantes y alcaldes
En la charla fluida, interrumpida varias veces para despachar sus tamales mencionando los que ofrece esa noche: rancheros, de rajas con queso, de mole, de dulce y disculpándose por no llevar de elote, don Juan hace las cuentas de memora para cobrar y dar cambio, sin perder el hilo de la conversación.
Católico ferviente, junto a las latas tiene pequeñas estampas de los santos de su devoción. Esa fe, ese amor a su trabajo, ha hecho que don Juan continúe al paso de los años tan vigente, recordando el nombre o el rostro de sus compradores, a quienes saluda con educación y afecto.
Entre los recuerdos de quienes considera buenos gobernantes, cita a Marco Antonio Muñoz -que no le tocó tratar, por ser un niño- pero sabe que en su administración metió en cintura a los ricos beneficiadores de café que existían en Xalapa, para que indemnizaran conforme a la ley laboral a sus miles de trabajadores, hombres y mujeres, cuando empezaron a cerrar esos negocios.
Conoció y trató al gobernador Antonio M. Quirasco, quien con un ayundante de todas sus confianzas solía llegar eventualmente de visita hasta la casa de don Juan durante el mediodía y mientras les preparaba unas sabrosas botanas, les ponía en la mesa una botella de brandy español y un refresco frío de cola para que se sirvieran sus jaiboles.
“El licenciado Quirasco siempre me decía: Pídeme lo que quieras y te dejo bien ubicado en un cargo público, pero yo le daba las gracias y le decía que la política no era lo mío.
“En tiempos del gobernador Fernando López Arias sucedieron los hechos del 68 y pese a las turbas de los estudiantes, ellos siempre me respetaron porque sus líderes les decían que no se metieran conmigo.
“Y es que desde antes de esa época, venían los dirigentes y me decían que si les daba uno tamales para los muchachos. Les decía que sí, que cuantos eran y les daba yo dos o tres para cada uno, así fueran ellos 20, 30 o más”.
Con Tío Fide como gobernador, don Juan ha mantenido una amistad de respeto desde que era funcionario público o legislador federal. “Hasta la fecha, cuando está aquí manda a uno de sus ayudantes por 10 o 20 tamales verdes”.
Tamales para ricos y pobres
De tiempos idos, don Juan evoca los carnavales de Xalapa, los bailes de gala en el Casino Español y hasta las comidas con baile con que las autoridades festejaban a los internos del reclusorio regional -ubicado en la calle de Zaragoza, atrás de Palacio de Gobierno- el día de San Vicente, patrono de los presidiarios.
“La comida la llevaban las damas de la sociedad xalapeña; a mí me encargaban como complemento varios cientos de tamales que se servían al mediodía, junto con una botella de licor en cada mesa.
“Por la tarde, seguía el baile hasta con dos orquestas y los presos podían bailar con las muchachas de las mejores familias, todo en absoluto orden respeto y disciplina, bajo la constante vigilancia de las autoridades”.
Gracias a su constancia y ganas de trabajar, aunado a su abstemismo por el licor y el cigarrillo, Juan Espinoza Enríquez logró al paso de los años darle carrera universitaria a sus tres hijos, el primero abogado y los dos siguientes, contadores públicos.
“Ya los heredé a los tres, con un departamento a cada uno que construí con ese propósito. Ahora ellos están en posibilidades de ayudarme, pero gracias a Dios que me da fuerzas, prefiero seguir viniendo a vender en mi esquina.
“Sólo recuerdo que cuando me lastimé la pierna, estuve internado en el Seguro Social varias semanas, pero bajé mucho de peso y recibía mala atención uno de los médicos.
“Cuando el director de la clínica me vio en esas condiciones, expulsó a ese pésimo doctor y me dio de alta -casi en secreto- para que me fuera a convalecer a casa.
“Me llevaron en una ambulancia con la sirena apagada, para que no se fueran a dar cuenta los médicos u otros enfermos. Eso me ayudó muchísimo en mi recuperación y tan pronto me sentí bien, me regresé con mi puesto a la esquina. Y eso que en el Seguro Social nunca les dije que mi comadre es la maestra Acela Servín Murrieta, sino la que se les hubiera armado”.
Satisfecho por sus logros en la vida, don Juan sigue preparando sus tamales artesanalmente, con las mejores materias primas y la manteca de cerdo que les da el sabor incomparable; haciendo desde el nixtamal para la masa cernida, moliendo los componentes del mole como aconseja la tradición, cociéndolos y traerlos a la venta cada tarde “mientras Dios me de fuerza y salud”.
Por otra parte, aún está en pie el ofrecimiento que le hizo el alcalde y ahora diputado federal Ricardo Ahued Bardahuil, de organizarle un festejo al cumplir 50 años en este negocio, mandando cerrar por unas horas la confluencia de las calles Zamora y Xalapeños Ilustres para que se haga un baile popular y un convivio en el mismo lugar donde ha pasado buena parte de su vida.
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