Migración, Vía Crucis hacia EU
Édgar Escamilla / Noreste
Amatlán de los Reyes, Veracruz
La rutina diaria es interrumpida
por el sonido del teléfono celular; al otro lado de la línea, Lidia lanza la
alerta: ¡Mamá, el tren va en camino! Inmediatamente, el grupo de señoras deja
todo cuanto hacía y se apresta a cargar varias bolsas con comida que prepararon
durante la mañana, para entregarlas a los migrantes que viajan montados sobre
los vagones del tren conocido como «La Bestia» o el «devoramigrantes».
Es
viernes, son las seis de la mañana y los primeros rayos del sol comienzan a
iluminar el Citlaltépetl o Pico de Orizaba. La blancura de los glaciares del
volcán contrasta con el azul del cielo. Abajo se observa el verde de los
cañaverales y la tierra rojiza, propia de la región de las Altas Montañas en
Veracruz.
Una
hora después comienza la actividad en la casa de la familia Reyes Romero. Don
Julio prepara la vieja camioneta azul, mientras llegan las señoras que viajarán
desde la comunidad de Guadalupe La Patrona, municipio de Amatlán de los Reyes,
hasta la ciudad de Córdoba, donde recolectarán el pan y las verduras que les
donan comerciantes del mercado y de un centro comercial.
De
vuelta en La Patrona se apresuran a descargar las provisiones. Rápidamente, dos
de ellas comienzan a limpiar las que estén próximas a echarse a perder. Otras,
cocinan hábilmente el arroz en una gran cacerola, con ayuda del fuego ardiente
de la leña. Cuando el teléfono suene todo deberá estar listo para salir lo más
rápido posible, tendrán sólo 30 minutos desde que «La Bestia» pasa por la
comunidad de Cuichiapa, hasta que llegue a La Patrona.
A
lo lejos, el ruido del silbato del tren anuncia que ha llegado el momento de
estar atentos, al pie de la vía. Ahí, estas mujeres que no buscan algún cargo
público o el reconocimiento de las multitudes, se apersonan con un par de
bolsas en las manos; unas más, con botellas llenas de agua.
Foto: ÉdgarEscamilla/Noreste |
Conforme
«La Bestia» se aproxima puede sentirse el suelo vibrar con más fuerza,
infundiendo respeto y miedo entre quienes la esperan. El ruido del silbato se
vuelve cada vez más ensordecedor. La tierra tiembla al paso de la locomotora y
los vagones, pero las mujeres siguen de pie, con los brazos abiertos.
Detrás
de los vagones comienzan a verse los primeros brazos extendidos de los
migrantes centroamericanos, quienes se valen del mínimo apoyo en el tren para
tratar de estirarse lo más posible y tomar las bolsas con comida.
¡Gracias,
madre! ¡Dios te bendiga, madre!, se escucha, mientras los migrantes se pierden
sobre «La Bestia» rumbo a un destino incierto. Dos décadas atrás, muchas
mujeres en las comunidades por donde atraviesan las vías del ferrocarril se han
organizado para dar un poco de comida a los cientos de migrantes ilegales
centroamericanos que diariamente han visto pasar.
Según
relata el sacerdote Julián Andrés Verónica Fernández, párroco de la iglesia de
Amatlán de los Santos Reyes, coordinador de la Pastoral de Migrantes de la Diócesis
y encargado de la Pastoral Social, hace algunos años inició en San Nicolás
Cuichapa y en la comunidad de Los Ángeles un trabajo espontáneo entre los
pobladores, testigos de las penurias de los migrantes.
De
sus bolsillos y sin esperar nada a cambio adquirían víveres que entregaban al
paso del tren. A la par, en otras poblaciones del centro de Veracruz como
Fortín de las Flores, San Francisco, Amatlán y Orizaba, la gente también se
organizaba y se llegó a ofrecer hospedaje a los viajeros. Mención aparte merece
la labor del padre Salomón Lemus, fallecido en 2011 y quien logró instalar la
Casa del Migrante en el municipio de Río Blanco.
Al
paso del tiempo la situación económica agravó y muchos de quienes daban de
comer a los migrantes salieron a trabajar lejos de sus comunidades. Quienes
perseveran son
dos grupos organizados en la
comunidad de Guadalupe La Patrona, además de la gente que de manera espontánea
continúa saliendo a entregar alimentos a los migrantes, sobre todo los que
viven en las márgenes de las vías.
Esta
labor atrajo la atención de los medios de comunicación nacionales y
extranjeros, dándose a conocer la labor de «Las Patronas», grupo fundado por la
señora Leonilda Vázquez Alvírzar, actualmente coordinado por su hija Norma
Romero Vázquez, cuya historia se narró en el documental De nadie,
realizado por Tin Dirdamal, en 2005.
Desafortunadamente,
los reflectores y la intromisión de instancias gubernamentales, así como el
constante flujo de apoyos que se dio tras la difusión de su labor, desvirtuó el
objetivo. La gota que derramó el vaso fue la donación de una camioneta, de la
que Norma Romero se apropió sin el consentimiento del resto de las integrantes
del colectivo. Además, sobre ella recaen señalamientos de negar alojamiento a
migrantes en las instalaciones construidas con apoyo de una mujer de origen
francés, entre muchos otros «malos manejos» de los que la comunidad de La
Patrona tiene conocimiento.
Este
20 de abril, «Las Patronas» recibieron el Premio Nacional de Derechos Humanos
«Sergio Méndez Arceo», de manos del escritor y activista Javier Sicilia.
Recientemente, en el Congreso del Estado de Veracruz se turnó a la Junta de
Coordinación Política un anteproyecto de punto de acuerdo, presentado por los
legisladores Paulina Muguira Marenco, Brenda Abigail Reyes Aguirre, Lilia
Angélica Torres Rodríguez y José Murad Loutfe Hetty, quienes pretenden que «Las
Patronas» sean nombradas «Beneméritas», por los servicios que prestan a los
migrantes.
«Vive
Migrante»
Hace dos años, doña Clementina
Romero y sus hijas Lidia y Pilar decidieron «independizarse» de «Las Patronas»,
integrando un nuevo grupo al que poco a poco se fueron uniendo otras de sus
vecinas. Cada viernes se organizan para ir a recoger el pan que les donan en un
centro comercial de la ciudad de Córdoba, visitar el mercado para traer verdura
y otros ingredientes, así como botellas de plástico, que después son lavadas y
entregadas con agua a los migrantes.
El
grupo consta de 14 mujeres: María Luisa Hernández, Carolina Muñoz, Mayra
Peralta, Lourdes Romero, Crispina González, Nancy Romero, Rosa Marañón, Enedina
Castro y Nayeli García, además de las tres mencionadas. Cada una con la
responsabilidad de cocinar los alimentos una vez por semana.
«Vive
Migrante» recibe apoyos en especie de organizaciones como «Contagiando Voluntad
México», «Cáritas, AC», Chedraui Plaza Cristal Córdoba, «Viveros de Córdoba»,
la escuela Jean Piaget, también de Córdoba, Julián Andrés Verónica de la
parroquia de Amatlán de los Santos Reyes, la señora Edith Lazcano, la «Botica
el Mercado» y locatarias del mercado «Revolución», entre muchos otros.
Para
Lidia Reyes, la mayor satisfacción de ayudar a los migrantes es ver el rostro
de quienes pasan con la ilusión y esperanza de llegar a Estados Unidos en busca
de mejores oportunidades de vida.
Relata
que el nombre de «Vive Migrante» nació a raíz de una exposición fotográfica
realizada el 3 de mayo con motivo de la fiesta del Cristo del Santuario, en
Amatlán. El grupo asiste a pláticas de Derechos Humanos en las que obtiene
información para reforzar su labor de atención. Por ejemplo, ahora saben que
dar alojamiento un par de días a los migrantes no es considerado un delito: «Si
ellos nos piden uno o dos días de descanso, aunque no es albergue, es mi casa y
si me piden el favor se los doy. Somos hermanos, hijos de Dios y merecen descansar»,
comenta la señora Clementina, que asegura que a lo largo de este tiempo de
ayudar a desconocidos, jamás ha tenido problema alguno con ellos.
Lidia
comenta orgullosa la oportunidad que tendrán en julio próximo de asistir a un
taller en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de Puebla, con la idea de
ofrecer un mejor servicio a los migrantes, con total respeto de sus derechos
humanos.
Foto: Édgar Escamilla/Noreste |
Si
tienen miedo o no al pararse a un lado de las vías, Lidia responde que en
efecto, el miedo es parte constante de su labor. Están conscientes de que no
tienen la vida comprada, «pero lo importante es el cariño, el amor y la
dedicación. Ver sus rostros, escuchar un ¡Dios te bendiga!, un ¡Gracias Madre!
Su sonrisa hace perder todos los miedos, aunque no sea mi hermano de sangre. Sí
da miedo, el tren paraliza, impone, pero seguimos en la lucha y seguiremos
hasta que Dios lo permita».
Clementina
recuerda con tristeza la ocasión en que su esposo Julio Reyes partió como
migrante indocumentado a Estados Unidos, motivado por la falta de trabajo en
aquella zona. Vienen a su mente también los momentos por los que tuvo que pasar
para llegar «al otro lado», pero con todo y eso, considera que lo que sufrió
(en comparación con los centroamericanos) no es mucho.
«Hay
que dar oportunidad a los migrantes de escucharlos y conocerlos. Mi esposo pasó
cuatro años fuera. Los migrantes, muchos no logran llegar. Es una tristeza lo
que ellos pasan, sus sueños se interrumpen, vienen cansados y si los agarra «la
Migra» regresan más tristes a su país».
Por
último, Lidia hace una invitación a la población en general para que se tomen
un tiempo y conozcan la labor que «Vive Migrante» está empezando a hacer en
favor de quienes buscan el sueño americano: «Todos los que gusten convivir,
compartir la experiencia, visitarnos o apoyar con víveres como arroz, frijol,
bolsas, ropa, zapatos, medicamentos, hilo rafia, botellas, agua embotellada y
aceite, entre otros, son bienvenidos».
Vida de
sufrimiento
El padre Julián Verónica explica
que muchos de quienes montan «La Bestia» en Tenosique, Tabasco, terminan
lastimados, mal heridos, mutilados o desaparecidos. Habla del reciente caso
ocurrido en Cosoleacaque, Veracruz: «El 2 de mayo se rumoró sobre migrantes
secuestrados. Aquí se hospedó un migrante que aseguró haber estado secuestrado
seis días, pero logró escapar. Aunque no lo podemos fundamentar más allá del
testimonio».
Los
migrantes abandonan países como El Salvador, Honduras o Guatemala, para tratar
de dejar atrás la situación de pobreza y violencia en la que viven, pero se
sumergen en otra de sufrimiento. Pasan días arriba o dentro de los vagones,
padeciendo hambre y las inclemencias del tiempo; sol, lluvia, deshidratación,
enfermedades.
Lo
mismo se ven jóvenes que niños, mujeres embarazadas, adultos o ancianos: «hemos
colaborado con algunos, ayudando con comida o medicamentos, hospedaje, dándoles
un poco de ayuda para que su tránsito por el estado sea menos gravoso, pero la
situación es muy lamentable. Todos podemos ayudar de una u otra manera».
Rubén
Figueroa, activista y defensor de los derechos humanos ha recorrido en diversas
ocasiones la Ruta del Migrante, conociendo de cerca esta realidad y haciéndola
pública a través de las redes sociales. Ha alertado que ante los riesgos
extremos a que se exponen las migrantes en su trayecto hacia Estados Unidos, se
ven obligadas a tomar anticonceptivos para evitar embarazos por violaciones.
Este
4 de junio, el Ejército Mexicano rescató a 165 migrantes de diferentes
nacionalidades que permanecían secuestrados en el estado de Tamaulipas, según
lo informó el propio Gobierno Federal.
Cuatro
días después, Rubén Figueroa daba a conocer a través de las redes sociales el
incremento en el número de migrantes alojados en el albergue «La 72», de
Tenosique, Tabasco, tras una semana de ausencia del tren. Informó también de
las amenazas de muerte recibidas por una persona que se acercó de forma
sospechosa hasta el albergue, que más tarde se confirmó pertenecía a una red de
traficantes de personas, cuando fuera detenido por agentes de la Procuraduría
General de Justicia (PGJ), en compañía de tres más.
La
noche del 11 de junio, la PGJ de Tabasco liberó a tres de las cuatro personas
detenidas. Al siguiente día, el activista informaba su decisión de salir por
tiempo indefinido del albergue «La 72», ante la falta de garantías por parte de
las autoridades a la labor que realiza.
Al
desamparo
El activista Rubén Figueroa ha
evidenciado a través de sus escritos que las autoridades dejaron crecer el
problema de las bandas del crimen organizado, que continúan extorsionando y
secuestrando a migrantes en la ruta, a pesar de las denuncias públicas y
legales.
El
Centro de Derechos Humanos «México Profundo y Vivo, AC», a través de la abogada
Rosa María Muñoz Izquierdo, ha exigido a las autoridades de los tres órdenes de
gobierno garantizar la integridad y seguridad de los defensores de derechos
humanos, con mecanismos para ejercer esos derechos de manera pronta, expedita,
confiable y segura.
Su
activismo lo mantiene en el autoexilio, tras las constantes amenazas de muerte
de las que ha sido objeto: «La ruta migratoria es un polvorín. La situación es
de peligro extremo. Es urgente y necesaria la coordinación entre las
autoridades de Tabasco, Chiapas y Veracruz. Decidí salir por tiempo indefinido,
debido a que el peligro es inminente y mi vida corre peligro.
«No
existen garantías, no existe un mecanismo que pueda garantizar nuestra labor,
mucho menos la integridad física y los derechos humanos de las persona
migrantes que transitan por esta zona. Mientras la corrupción, la complicidad y
la indiferencia de parte de las autoridades continúe, seguiremos siendo
amenazados, seguiremos siendo agredidos, la tragedia humanitaria continuará en
la ruta migratoria».
Dormir
acaba con los sueños
El domingo 26 de mayo, luego de
haber superado una serie de obstáculos desde su país de origen, el cuerpo de un
joven fue hallado cercenado de la cabeza y un brazo sobre las vías del
ferrocarril. Estaba a unos cuantos metros de la comunidad de Guadalupe La Patrona,
donde las mujeres de «Vive Migrante» salieron a entregar víveres a quienes
viajaban en el tren de las 22:00 horas.
Foto: Édgar Escamilla/Noreste |
Al
lugar llegaron elementos de la Policía Estatal y del Ministerio Público,
quienes acordonaron el área tras el aviso de uno de los pobladores. Al
preguntar a los agentes, con un aire de hablar sobre un evento cotidiano,
alcanzaron a comentar que probablemente se habría quedado dormido y cayó bajo
las ruedas de «La Bestia».
Sin
una identificación entre sus pertenencias, el cuerpo aguardará a que alguien lo
identifique a través de fotografías y será un número más en la estadística de
fallecidos a lo largo de la ruta hacia Estados Unidos.
Guerra de
cifras
De acuerdo con datos oficiales del
Instituto Nacional de Migración (INM), un promedio de 50 mil a 60 mil personas
cruzan anualmente por la frontera sur, especialmente en el estado de Chiapas,
cifra por demás conservadora si se considera que diariamente, sólo en «La
Bestia», viajan entre 200 y 500 migrantes. Funcionarios del estado de Chiapas
hablan de cantidades que oscilan entre los 150 mil y 400 mil cruces por la
frontera sur.
Ajenos a las estadísticas
oficiales, miles de personas continúan poniendo sus esperanzas en el vecino
país del norte, viajando confinados en el interior de las cajas de los
tráileres, montados sobre los vagones del tren o transbordando de autobús en
autobús.
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