A Pie de Calle: ¿Por qué protesta la gente?
Guillermo Manzano
El verano de 2012 en México será recordado por muchos y muchas. Las contantes manifestaciones callejeras en contra del poder, del autoritarismo, de las instituciones, de los poderes metaconstitucionales (fácticos le llaman algunos) han sido el pan nuestro de cada día.
Algunos jóvenes de ayer miran con cierto escepticismo las protestas de hoy. Quizá tengan razón, al afirmar que se carece de una definición política específica. Pero recuerdo que los viejos de ayer lo mismo nos decían en las marchas universitarias de 1985 contra las resoluciones del Consejo Universitario realizado en Catemaco. O las jornadas de 1988 cuando miles, o quizá millones, protestamos por el primer gran fraude electoral en la era moderna de México.
O aquel primer éxodo por la democracia encabezado por Andrés Manuel, o las de los indígenas chiapanecos, esa marcha llamada Xi-Nich, o las de 1994 para apoyar al Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. En fin, muchas han sido las marchas, las protestas públicas que hemos y que han hecho millones de mexicanos en diversos momentos de la historia.
Y quizá tengan razón esos que dicen que nada se resolverá con tomar las calles, con gritar nuestro encabronamiento, con esa catarsis colectiva, incestuosa, amplia, donde todos tienen cabida sin importar de donde es, que hace que religión profesa. Es posible que esa minoría que tiene la sartén por el mango se salga una vez más con la suya. Es posible, sólo posible..
Pero la gente sale a la calle por más que eso. Sale porque se siente humillada, burlada, mancillada en su dignidad. Por eso sale a protestar, pero también, y lo más importante: sale porque siempre hay una esperanza y una ilusión por vivir.
Foto: Gina Collins |
Y eso no lo han entendido quienes se regodean en las esferas del poder público, económico, religioso y social. Ellos no entienden que nunca podrán matarnos la esperanza, que nunca podrán matarnos nuestra alegría de vivir .Sí, hoy estamos molestos, pero también estamos más unidos que ayer y los jóvenes de hoy como los de antaño, son ingenuos, juguetones, atrabancados, irreverentes, pero no son ni serán pendejos. Ahí si se equivocan quienes nos miran por encima de su hombro con esa petulancia fatua que los caracteriza.
Porque a diferencia de ellos a nosotros, los de abajo, no nos moviliza el dinero nos mueve la dignidad, el orgullo, la decencia y una ética inquebrantable. Eso no lo entienden ellos ni lo entenderán jamás.
Porque cuando uno mira el mundo A Pie de Calle, uno sabe caminar con los pies en la tierra y la frente en alto...
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