Mujeres Que Saben Latín: Rosario


Estela Casados González

A Bárbara Ybarra

La primera vez que la vi fue en la avenida Miguel Ángel de Quevedo en la Ciudad de México. En esos días yo contaba con 27 años. Fue lo más impactante que me había sucedido hasta entonces: vestida de negro, María del Rosario Ibarra de la Garza pasó frente a mi.
El 6 julio de 2015 se cumplen 27 años de su participación en la contienda por alcanzar la presidencia de la República. Era su segundo intento. En 1982, abanderada por el desaparecido Partido Revolucionario de los Trabajadores, hizo historia como la primera mexicana en postularse a la presidencia de México.
En las tres décadas siguientes cuatro mujeres conseguirían que sus partidos las postularan para la contienda presidencial: Cecilia Soto González (en 1994 por el Partido del Trabajo), Marcela Lombardo Otero (también en 1994, por el Partido Popular Socialista), Patricia Mercado Castro (en 2006 por el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina) y Josefina Vázquez Mota (en 2012 por el Partido Acción Nacional).
Sin embargo, la historia que llevó a Rosario a ser candidata presidencial en dos ocasiones, guarda notables diferencias con aquellas que siguieron sus pasos en la búsqueda por la silla presidencial.
Coincidente con lo que viven miles de madres en México en pleno siglo XXI, su hijo, Jesús Piedra Ibarra, desapareció el 18 de abril de 1975 después de que las autoridades lo arrestaran como otras víctimas de la Guerra Sucia, el joven de 21 años y estudiante de medicina jamás apareció.
Es desde ese año que Rosario Ibarra de Piedra (como es popularmente conocida) ha tratado de encontrar a su hijo. El único éxito que ha tenido en esa empresa ha sido el de visibilizar la complicidad del Estado mexicano en el tema de la gente desaparecida en nuestro país.
De nada sirvió que hablara en 39 ocasiones con el entonces presidente de la República, Luis Echeverría. Ni una pista, ni un dato preciso de Jesús. Lo único que alcanzó a saber fue que lo retuvieron ilegalmente en un campo militar para después desaparecer sin dejar rastro.
Cualquier parecido con lo que le sucede a la juventud de hoy en día no es mera coincidencia.
Así las cosas, Rosario Ibarra fundó el Comité Eureka, gracias al cual se documentó que la primera desaparición forzada de la que se tiene memoria, es la de Epifanio Avilés Rojas. A él también se lo llevaron los militares un 19 de mayo de 1969 en Coyuca de Catalán, Guerrero.
Guerrero. ¡Hay una larga y dolorosa historia ahí!
Sin internet, las redes sociales que tejió esta madre activista fueron útiles para poner al tanto a la comunidad internacional de que el tema de “los desaparecidos” no era exclusivo de América del Sur.

La población mexicana estaba librando su propia lucha por encontrar a los hijos e hijas que les estaban arrebatando los militares que seguían las órdenes de la clase política del país. La historia de siempre.
Superando la tragedia personal, impulsó junto con otras madres de personas desaparecidas, un tema, por así decirlo, desconocido en los años setenta, el de la desaparición forzada; poniéndole nombre, apellido y dignidad a aquellas personas que eran calificadas con el genérico de delincuentes y desestabilizadores de la paz de México. Mostrando que tenían familia, que eran jóvenes estudiantes, que tenían un modo honesto de trabajar y de vivir.
Recuperaron a 148 personas que se encontraban privadas de su libertad en “cárceles” clandestinas, pero Rosario, al igual que muchas de sus compañeras, no ha encontrado a su hijo.
Hace 40 años Jesús Piedra Ibarra fue llevado de Monterrey al Campo Militar número 1, en la Ciudad de México. Gracias a testimonios de personas que se encontraban presas en ese lugar, su madre sabe que llegó ahí con vida.
Han pasado 40 años y Rosario continúa con la exigencia: lo quiere vivo y lo quiere de vuelta.
La historia de esta mujer, quien actualmente cuenta con 88 años, nos hace reflexionar en la historia de nuestro país, en la necesidad de no repetir la apatía y el desinterés por los temas y problemas que nos atañen a todas y todos. Rosario nos muestra el importantísimo papel que las mujeres tienen para lograr tal fin.
Ya sea como madres, esposas, hermanas, amigas, hijas, como ciudadanas, las mexicanas claman y actúan porque se haga justicia sin la necesidad de seguir a liderazgos clientelares y misóginos.  Ayer como hoy, esto parece una proeza, pero en el ejemplo de Rosario, como en el de muchas otras madres que buscan, que hacen alianzas, que exigen y luchan por un mejor país, vemos que esto es posible.










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