Xalapa, Ver; a 8 de abril de 2021
Chato:
Hace un año te fuiste y pocas noticias tengo de ti. Confieso tener curiosidad por saber como es el lugar donde habitas. Saber si el clima es benigno con tus reumas y si el sol no afecta tus ojos. Si comes a tus horas y a tu tiempo. Con quienes juegas y compartes espacios. Pero sobre todo y ante todo, quiero saber si aún escuchas la radio. Ya ves ahora, con tanta tecnología y poca sensibilidad para escucharnos. Ojalá un día puedas compartir tus nuevas experiencias. Por mi parte, sólo deseo escribirte un resumen breve de nuestra vida en estos últimos 12 meses.
Al principio fue muy difícil llevar la vida sin tu presencia. Tota y yo sentíamos la casa vacía. Ella, según me dijo después, te soñaba tan vivamente que sentía tu presencia a su lado. Fueron días complejos y estábamos desorientados. Nuestras caminatas eran en silencio. Fingíamos demencia cuando discretamente, para que ninguno de los dos se diera cuenta, mirábamos hacía atrás para ver si nos seguías por el sendero. Fue doloroso y necesario vivir ese momento sin ti. Para exorcizar los recuerdos empezamos a buscar hormigueros en el bosque. Pero a diferencia tuya, nosotros no supimos si iban o venían. Sin aceptar el fracaso en la tarea autoimpuesta, dejamos de buscar hormigueros.
Haberte mudado en abril me hizo comprender las palabras del poeta: abril es el mes más cruel. ¡Ay, Chato!, nuestra primavera fue un invierno con sol.
Habrá sido a principios de mayo cuando conocimos a Solovino. Vivía en el bosque frecuentado contigo en aquellos años idos. Solovino se presentó un buen día. Así sin protocolo alguno. Salió de entre los matorrales y se dirigió a Tota. La invitó a jugar y a correr sobre el pasto. Ella lo miraba y me miraba. Sus ojos se movían de uno a otro. ¿Pensaba en una posible traición a tu recuerdo?. No sé. Pero asentí con la cabeza y le dije fuera a jugar. ¡Hubieras visto su felicidad al correr! Solovino era ligero. Tota lo trataba de alcanzar. Era tanta la vehemencia para llegar a su lado que a veces no podía detenerse y ¡zas!, allá iba el pobre Solovino rodando entre plantas y arbustos. Se levantaba de inmediato con esa dignidad que sólo los seres de la calle tienen. Es decir, con la confianza de saberse libres de toda convención.
Tota volvió a sonreír. A partir de ese día Solovino nos esperaba en el bosque. Sí, ahí en el sendero que recorríamos juntos. A veces nos alcanzaba a media caminata. Pedía disculpas por la tardanza. Se justificaba al decir que desayunaba. Nosotros lo recibíamos contentos por verlo. (Para quienes viven en la calle, comer es importante. No saben cuando lo volverán a hacer.) Entendíamos o tratábamos de entender la dureza solidaria de los seres de la calle.
Pero la alegría fue breve. Como te dije: tuvimos un invierno soleado. Un día Solovino no llegó a la cita.
Tota me miraba intranquila y yo trataba de consolarla. “No te preocupes, a de andar por ahí. Caminemos para encontrarlo”. No lo volvimos a ver. Solo vino y solo se fue.
Chato, al principio de la carta dije iba a ser breve en el resumen. Al parecer no cumplí. No quiero extenderme más porque desconozco tus nuevas ocupaciones. Pero si me los permites, te seguiré escribiendo y contándote lo que Tota y yo hacemos. El pasado compartido contigo entrelazado con nuestro presente ausente. Si tienes tiempo y ganas, responde nuestras misivas. Si no puedes, no te preocupes. Tota y yo sabemos de tu amor profesado y el amor, es nuestro único sentimiento que da razón a nuestra existencia.
Ella te manda saludos. Yo mi vida, para tener tu guía en el momento de estar nuevamente contigo.
gm
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