En primera persona: temblor
Guillermo
Manzano
Sentí que la cama se movía. No, se
sacudía con violencia. Como si mi madre me quisiera despertar para ir a la
escuela.
-Espera. Tú no
tienes madre- me dijo una voz desde el fondo de mi sueño.
-Entonces es Tota
que se metió debajo de la cama- respondí. Pero la cama siguió moviéndose. Abrí
los ojos (eso no quiere decir que haya despertado), la oscuridad me trajo tu
recuerdo. ¿Tiembla?, pensé. Bueno, es un decir. En realidad estaba cansado, muy
cansado para pensar. El fin de semana tuve noches inquietas.
Janis, Tota,
Yonqui y El Chato tocaban la puerta de la recamara con las patas. Me levanté,
necesitaba vaciar la vejiga. La jauría me brincó, como pude los eludí. Uno no
puede ni debe resistirse a los llamados de la naturaleza.
De regreso a la
cama. ¿Qué hora será? El reloj marca las 5:50. Temprano, muy temprano. Di la
vuelta para dormir de nuevo. El sonido del teléfono me congeló a la mitad del
movimiento. Vi quien llamaba.
-Eu,
¿qué pasa?
-¿Todo
bien?- escuché la voz de una de mis hermanas.
-Sí.
¿Por qué?
-¿No sentiste el
temblor? Estuvo durísimo. Oye, ¿pero todo bien?
-Ah, sí. Un
poquito. Sí, todo bien gracias. Ya pasó. Tranquila, ten un buen día.
Fin de llamada.
El teléfono me indica que hay dos mensajes por WhatsApp. Preguntan si sentí el
temblor, si estamos bien en casa. Respondí que todo en paz y tropical. Agradecí
la atención y preocuparse por uno.
Me levanto de
nuevo y voy por la tableta. Pensé en buscar el portal del sismológico o alguno
de noticias. Ante la duda, opté por lo más seguro en estos días para enterarse
de los chismes: el Facebook.
No me equivoqué.
La catarsis virtual era impresionante. Mi imaginé a la gente escribiendo sus
mensajes mientras el techo de sus viviendas se les caía encima. No es posible
–pensé- que ante una contingencia lo primero que hagan es tomar el teléfono o
la computadora o lo que sea para decir que está temblando. Bueno, si es
posible.
Leo chistes,
bromas, quejas, impresiones de cómo lo sintieron, memes y más. Hago lo propio y
pongo la canción de Chico Che, esa donde pregunta a la audiencia donde estaban
cuando tembló.
Algunos
‘contactos’ empiezan a poner en el feis información
oficial. ‘Sismo de 6.7 en la escala de Richter, con epicentro a 38 kilómetros
del sur de Isla, Veracruz’.
Me doy cuenta que pasan de las siete de la
mañana. Ni modo, hora de levantarse. Me resisto. Me niego. No quiero. Pero esta
pinche realidad me obliga. Tengo que limpiar y darle de comer a los cuatro de
cuatro patas.
Dos tazas de café
vía intravenosa. Una ducha y aquí estoy, escribiendo mi despertar del último martes
de julio. Como si importara. Hace tanto que no despierto con sacudidas en la
cama. De nuevo recuerdo mis años idos, cuando había que levantarse para ir a la
escuela. Recuerdo, en este momento, a mi abuela materna. La misma que murió un
24 de enero de 1974. Hace ya 40 años. Ella me despertaba para ir al
Kindergarten y me cantaba:
‘ora
si que estoy contento,
porque
se murió mi abuela.
Ya
nadie me va a decir,
Muchacho
vete a la escuela.’
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