Bitácora de la barbarie gubernamental
Yadira
Hidalgo
Estuve el 1 de diciembre en San Lázaro para cumplirlo que consideré un deber cívico: manifestar mi repudio a la imposición presidencial de Enrique Peña Nieto. Me acompañaron mi hermano y mi cámara de video.
Llegamos desde Xalapa, Veracruz, al Distrito
Federal (un viaje de 4 horas en bus) a las 6 de la mañana, justo cuando
empezaron a escucharse las primeras detonaciones de gas lacrimógeno. Había
quedado con un grupo de estudiantes de Xalapa de vernos en el metro San Lázaro,
el más cercano a la Cámara de Diputados, lugar al que arribaría Peña Nieto a
las 9 de la mañana.
Desde las 4 am, la gente se había apostado frente
el recinto legislativo, a pesar de los obstáculos que desde una semana antes,
se habían instalado en toda la ciudad para hacer conflictiva la llegada a los
puntos donde ellos sabían que se reuniría la gente.
Vi llegar a los chicos que buscaban algo muy
agitados y a la carrera, apenas iba a preguntar lo que sucedía cuando sentí el
ardor del gas en mi garganta y en los ojos. La gente que estaba en la terminal
de autobuses cercana a San Lázaro tuvo que correr y protegerse. Nosotros
decidimos salir a la avenida Eduardo Molina, donde estaba un número grande de
manifestantes, aturdidos pero en calma.
Pasamos frente a lo que después fue la zona de
enfrentamientos. Unos policías revisaban con miedo un carrito de supermercado
que había sido dejado en una esquina, la gente se reía de ellos y de su visible
preocupación por lo que consideraban, podría ser un artefacto explosivo.
En los primeros metros de la avenida Eduardo
Molina, se podía ver a un par de jóvenes tirando piedras con una honda a las
vallas resguardadas por policías, otros tiraban mentadas de madre y todo tipo
de maldiciones. Los demás manifestantes estaban en una calma que le adjudiqué
al amodorramiento mañanero: apenas eran las 7 am. Sin embargo, las detonaciones
de gas lacrimógeno comenzaron a ser más y más frecuentes, con el único fin de
replegar a la muchedumbre.
Foto tomada de internet |
La gente apenas se movía, algunos tenían los ojos
muy llorosos y tosían, pero pasado el miedo primerizo a los efectos del gas, la
mayoría resistía estoicamente. La idea era marchar desde San Lázaro hacia el
zócalo, pero las organizaciones presentes como la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación, el grupo #YoSoy132 y sus células estatales, el
sindicato de electricistas y otras organizaciones que arribaron después como el
Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, decidieron que no había condiciones
para hacerlo y que lo mejor era quedarse y resistir en ese lugar.
Los enfrentamientos entre supuestos estudiantes y
la policía comenzaron a cobrar fuerza alrededor de las 8 am. Algunos de estos
supuestos estudiantes gritaban azuzando a los demás, sobre todo a los más
jóvenes.
Por una calle lateral un camión de bomberos que
intentó tomar la avenida Eduardo Molina fue atacado por estos pseudo
estudiantes. La mayoría de los presentes comenzó a corear “No violencia, No
violencia”, y hubo más de uno de esos chicos, perfectamente encapuchados que
enfrentó directamente a quienes nos manifestábamos por no caer en ningún tipo
de provocación. Nunca supimos qué hacía ahí el camión de bomberos, que en un
momento despareció sin más.
En ese momento vimos a la primera persona herida:
una periodista de un medio nacional que había sido rozada por una lata de gas
en la cara. Sangraba profusamente pero fue atendida por los integrantes de los
diferentes movimientos con conocimientos paramédicos. La herida no le impidió
realizar un reporte vía telefónica.
A las 8:23 am vocearon a tres heridos más: se
trataba de un chico con una pierna perforada por un impacto de bala de goma (prohibidas
según la constitución), otro con un golpe muy fuerte en un ojo que le hizo
perderlo según sabemos ahora, y el caso más grave hasta el momento, el del
compañero Kuy Kendall, quien además de tener fracturado el cráneo, presentaba
exposición de masa encefálica. Hasta el momento su vida pende de un hilo.
Más adelante vimos muchachos con el rostro
ensangrentado y a uno al que una pelota de caucho, le había dislocado la
pelvis. Sus compañeros le atendían y otros gritaban que llamaran a la
ambulancia. En medio de su dolor, el chico firmemente dijo que él no quería que
lo atendiera la ambulancia, su temor no era infundado ya que muchos de los
heridos fueron arrestados en los hospitales.
Y a pesar de todo, la gente seguía tranquila. La
Coordinadora seguía llamando a la calma y a no caer en provocaciones, fue en
ese momento cuando llegó la noticia de que uno de los heridos, Carlos Yair
Valdivia había muerto. Sin embargo esta información fue desmentida por todos
los medios de comunicación más tarde e incluso la Cruz Roja dijo que nunca
recibió a un estudiante con ese nombre. La revista Proceso publicó que
hasta el cierre de su última edición, el domingo 2 de diciembre, el paradero de
ese chico era desconocido.
Mi hermano y yo decidimos llegar al Zócalo, pero
aquello estaba sitiado. Ahora sabemos que alrededor de cinco mil efectivos de
la Policía del Distrito Federal, de la Policía Federal y miembros del Ejército,
habían cercado la plaza más grande de México con el objetivo de impedir
cualquier concentración ciudadana. Lo hicieron bien. Las personas no podían
pasar y en el afán de hacerlo, fueron violentamente reprimidas como se puede
ver en algunos videos que están circulando en la red.
Foto tomada de internet |
Llegamos a una de las calles laterales del centro
histórico, ahí las vallas de metal impedían el paso peatonal, pues por la calle
desfilarían las camionetas blindadas, automóviles y patrullas que escoltaban a
los invitados vip de la ceremonia en
Palacio Nacional que tuvo lugar a medio día.
En cuanto salió la primera camioneta, la gente dio
rienda suelta a su indignación, los gritos, insultos, mentadas de madre y todo
el odio contenido por décadas hacia la clase política mexicana salieron en
cascada por la boca de los presentes. Algunos se atrevieron a aventar todo lo
que traían en las manos ante la mirada ausente de los Policías Federales,
quienes se llevaron parte del repudio general y hasta una canción compuesta ex
profeso para ellos:
“Con los huevos de Felipe (Calderón) voy a hacer
unos tamales, para darles de comer a esos pinches federales”…
Una vez que los invitados vip pasaron, abrieron el paso. La gente gritaba insultos a los
policías, al gobierno capitalino, a Felipe Calderón y a Enrique Peña Neto.
Algunas de esas personas se fueron directamente hacia el zócalo.
Ahí, en corrillo, un centenar de personas seguía
muy alterada. Poco a poco fueron llegando más y más personas, hasta que fueron
las suficientes para plantarse frente a Palacio Nacional gritando consignas,
agitando banderas y aventando cualquier objeto que tuvieran a la mano.
La Policía del DF hizo su aparición y puso unas
vallas de metal que incendiaron más los ánimos. La gente comenzó a desafiar a
los policías quitando las vallas e incluso aventándoselas a los uniformados que
comenzaron a forcejear y a golpear a los manifestantes. El enfrentamiento duró
aproximadamente 45 minutos, y la cantidad de gente cada vez era mayor. Al verse
rebasados, los policías llamaron a los granaderos, quienes marcialmente
entraron al zócalo.
Unos chicos -muy jóvenes- quisieron aventar una
valla contra el muro de federales apostado frente al palacio, pero la gente les
gritó que no lo hicieran, que los golpearían. Los chicos obedecieron y se
integraron al grupo de manifestantes que comenzó a acercarse a los federales sin
miedo pero organizadamente.
Ahí la protesta se volvió más verbal, e incluso
hubo chicos que intentaron hablar con los granaderos, quienes recibían con
rostro de piedra todos esos intentos. No hubo ya más enfrentamientos. Sin
embargo por las redes sociales se hablaba de detenciones arbitrarias a jóvenes
sólo por la “facha” o de personas mayores, algunas incluso adultos mayores, que
fueron detenidas por tratar de impedir una golpiza.
De esta manera inició el primer día de la
imposición de Enrique Peña Nieto en la Presidencia de México, un país dolido,
humillado, burlado; en el que a lo largo de muchas décadas se ha ido gestando
el encono y la rabia de la ciudadanía de a pie hacia la clase política. Lo que
sucedió el 1 de diciembre en el DF y también en Guadalajara, sólo fue la
primera cosecha de todo lo que ellos han sembrado.
Xalapa Ver., 3 de
diciembre 2012
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