Cien años (Guillermo Manzano)
El Gobierno está listo para la celebración. Un siglo de lucha revolucionaria. Una centuria de recordar a los Hermanos Serdán y Flores Magón, a Madero, Zapata, Villa, Orozco, Obregón, Carranza y un largo listado del santoral cívico mexicano. Todo ‘al pelo’ para gastar unos cuantos millones -de esos que nos sobran- y estar acorde con la historia. Que nadie ose decir que no somos patriotas, nacionalistas, revolucionarios y que no pensamos y creemos en el futuro de México. Ya los canapés están en su lugar. Los vinos (franceses, por supuesto) en espera del descorche. Las viandas rebozan de manjares de las diversas cocinas del orbe. Que se entienda: el ser revolucionario no es sinónimo de ser naco y no saber degustar un platillo.
Por supuesto que todos tenemos mucho que celebrar. Gracias a la revolución, a sus hombres y gobiernos posteriores tenemos una democracia sólida donde el sufragio se respeta y no hay mácula alguna sobre los resultados de las elecciones.
Gracias a los choznos de los héroes que nos dieron Patria y Libertad, hemos llevado al primerísimo lugar a nuestros niños. Somos los campeones en obesidad infantil. Este honor refleja que ningunos de nuestros primores se queda sin comer. Vamos, hay tanta comida que los muchachitos ‘se atascan’ como romanos en sus bacanales. Nadie puede juzgar a nuestros gobiernos con relación al tema. El abasto alimenticio es superior a lo que podemos consumir, por eso tenemos niños gorditos, rollizos y rebosantes. Además, hay tantas ofertas laborales que tenemos que recurrir a nuestros bien alimentados querubines para que ocupen empleos que sus papaces y mamaces ya no pueden cubrir. ¡Qué no se confunda con explotación infantil! Todo por el engrandecimiento de nuestra bienamada patria.
La revolución hizo justicia al campo y sus trabajadores. Hoy la tierra no es de quién la trabaja. Por el contrario, hemos logrado hacer una nueva generación de empresarios del campo y la ganadería, ahora ellos son los empleadores. La revolución les hizo justicia para que ya no se llenen de tierra las uñas. Además, se a logrado un intercambio laboral con el país hermano que colinda con nuestra frontera norte. Nuestros campiras se capacitan en los campos sureños de los Estados Unidos. Becados por ambos gobiernos, los connacionales aprenden las nuevas formas y técnicas de doblar el lomo para trabajar más y obtener unas buenas migajas (en dólares, por supuesto) que tienen que compartir con la familia que, en espera paciente, aguarda en cualquier pueblo furris que llegue el dinero para que en chinga loca se vaya a gastar la remesa en cualquier tiendas departamental que anuncie galán televisivo de moda.
Gracias a la revolución nuestras exportaciones se incrementaron en un tres mil por ciento. Nuestro principal socio comercial (los gringos states) nos compran cuanta mariguana y coca les mandamos. Hemos logrado un intercambio pocamadre: ellos nos apendejan con sus películas, series de televisión, comidaestiercol y demás lindezas, nosotros apendejamos y enmariguanamos a toda su juventud. Un trato justo entre socios.
Podemos dar tantas gracias a la revolución y sus cien años, pero no tenemos mucho tiempo y espacio. Los deberes revolucionarios nos llaman. Estamos listos para celebrar nuestro primer siglo de revolución. Los güisquitos y el champañe están en su punto. Ya veremos que pasa después. Hoy estamos a toda madre. Además, se asienta que este gobierno deja las bases para el siguiente centenario: el de la guerra contra el narcotráfico. Abur.
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